Durante décadas, la patata del Maresme fue sinónimo de excelencia agrícola y motor económico de la comarca. Con el sello exportador de las Mataró Potatoes, el tubérculo maresmenc conquistó mercados internacionales y transformó el paisaje agrario de pueblos como Mataró o Palafolls. Hoy, a pesar de que su cultivo ha menguado, la patata mantiene vive su prestigio desde la cocina y la tradición gastronómica local.
A principios del siglo XX, el Maresme vivía todavía de la viña, cereales y olivo como principales cultivos. La modernización agrícola, con la mecanización del riego y la explotación de aguas freáticas, permitió un giro hacia el cultivo intensivo de la patata temprana. La variedad Royal Kidney, de origen inglés, se adaptó perfectamente al clima suave y en la tierra arenosa del Maresme. El resultado: una patata tierna, de piel fina y sabrosa, que podía llegar al mercado europeo antes de que las de la competencia.
Con el impulso de los sindicatos agrícolas, la producción se organizó bajo la marca Mataró Potatoes, todo un sello de calidad. A los años cuarenta y cincuenta, el éxito era agobiante: se cargaban decenas de vagones diarios con destino a mercados del Reino Unido, Francia, Alemania y Bélgica. Aquel boom generó riqueza y permitió a muchos campesinos consolidar tierras, modernizar explotaciones e invertir en equipaciones comunitarias.
El declive del cultivo: el Maresme cambia
A partir de los años cincuenta y sesenta, el cultivo de la patata empezó a retroceder. El Maresme se especializó progresivamente en flor y planta ornamental, que ofrecía más rentabilidad y menos dependencia de las oscilaciones del mercado exterior. El paisaje agrícola maresmenc se diversificó con fresones, tomates y otras hortalizas, como los guisantes, mientras que la patata perdió pes como monocultivo. Hoy en día todavía se encuentran campos, tanto en puntos de Mataró como también zonas del Alto Maresme, pero en producciones mucho más reducidas y enfocadas al mercado local y a la gastronomía.
Iniciativas para mantener vive el legado
Todo y el declive, la patata del Maresme no ha caído en el olvido. Municipios como Sant Vicenç de Montalt impulsaron jornadas gastronómicas de la patata, con menús especiales, paradas de productores y actividades divulgativas para reivindicar el producto y su historia. La primera edición se hizo al 2011. Estas iniciativas se suman a ferias de proximidad y proyectos como CatOrigen, que trabaja para recuperar el consumo de patata catalana con variedades adaptadas a la cocina moderna, sin perder el espíritu de calidad y proximidad que había hecho grande la patata maresmenca.[banner-AMP_5]
Un ingrediente clave a la gastronomía del Maresme
Hoy, la patata del Maresme tiene un papel más gastronómico e identitario que no económico. Es un ingrediente imprescindible en platos locales y de temporada. A Mataró, la patata es presente tanto en recetas caseras como en las de restaurante, con platos emblemáticos como el Plato de Mataró. A Sant Andreu de Llavaneres, acompaña a menudo los famosos guisantes de Llavaneres, una combinación muy preciada y protagonista de las jornadas gastronómicas de primavera. Y es que, en el Maresme, todos los platos marineros con producto fresco del mar siempre ganan intensidad y equilibrio cuando se añade la patata como acompañamiento, convirtiéndola en un elemento clave de la cocina local.[banner-AMP_6]
La historia de la patata del Maresme es la de un producto que pasó de ser motor económico a símbolo cultural. De aquellas Mataró Potatoes que cruzaban Europa, hoy queda la memoria y un cultivo menor que mantiene una ternura y sabor todavía muy buscado a los mercados locales en varias variedades, como la patata red pontiac, la patata agriaba del Maresme ideal para freír y para el horno, o la patata blanca ecológica que se encuentra en algunos huertos de Alella, entre otros.[banner-AMP_7]