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Redacción / AMIGO

Revivir las tradiciones de los tatarabuelos con los calçots

Nada más cercano al KM0 a nivel catalán.

Llega el tiempo de rememorar, de forma más o menos ritual, aquella acción de nuestros tatarabuelos labradores que "iban al trozo". Probablemente con un pedazo de tocino o una morcilla al zurrón, pensando al cosechar unas cuántas acelgas o achicorias para llevar en casa, el tatarabuelo topaba y cosechaba unas cebollas de segundo año, los calçots, que pasaba por el fuego vive de vergues secas mientras esperaba que se hiciera la brasa donde cocer la carne.

Sortosament, aquella rutina diaria de supervivencia fue incorporada, festivamente, a las comidas colectivas, aconteciendo la hoy popular calçotada. Una comida –que no un plato– que en mi opinión tiene un valor añadido que raramente se destaca. El de crear sinèrgia en el territorio. Porque, mientras otras fiestas populares basan su gastronomía en productos que pueden ser del huerto del lado de casa pero también de las planúries de la lejana China, la calçotada necesita calçots. Esta cebolla replantada de los bulbos del año pasado y calzada (cubierta pacientemente con tierra a medida que se estira hacia arriba para salir a la luz) que pide atención por parte del labrador que la cultiva y que, por el que yo sé, todavía no es una práctica universal que globalize el mercado.Por lo tanto, calçotada y calçot dan hoy trabajo a los labradores tarraconenses. Y de momento sin competencia, cosa que imagino –todo y las quejas habituales– aumenta el valor añadido, a menudo tan escaso a labrador.