El estrés es una respuesta natural de nuestro organismo ante las situaciones que percibe cómo un desafío, una alarma o un problema. Para hacerle frente, intenta adaptarse a estas situaciones, y esto implica poner en marcha una serie de procesos fisiológicos, cognitivos, emocionales y de conducta.
El objetivo es resolver este desafío. Una vez resueltos, todo vuelve a la normalidad. El problema surge cuando no es posible controlar la situación. En estos casos, los procesos se mantienen activos durante un largo periodo y pueden volverse crónicos.
Más allá de las innovaciones médicas y tecnológicas, existen algunas señales relacionadas con el estrés que todas las personas tendríamos que tener en cuenta:
- Emociones negativas: estados prolongados de desesperanza, ansiedad, irritabilidad, cambios de ánimo, miedo...
- Falta de concentración y malos pensamientos: dificultad para tomar decisiones, olvidos y distracciones frecuentes, excesiva autocrítica...
- Alteraciones físicas: cansancio y falta de energía general, dificultades para conciliar o mantener el sueño, malestar de estómago, alteraciones en el apetito, diarrea o estreñimiento, mayor sudoración, dolores de cabeza, taquicardias, respiración agitada, dermatitis...
- Cambios en la conducta: comer más (o menos) que antes, dificultades del habla, estrechar las mandíbulas, llanto fácil o frecuente, impulsivitat, menor rendimiento académico o laboral...