Con la llegada del invierno, el frío y los virus respiratorios se han convertido en protagonistas. Pero más allá de los mocos, la fiebre y la tos, hay un efecto secundario que a menudo pasa desapercibido: los resfriados y la gripe también castigan la piel. Es una realidad que muchas personas han notado —piel apagada, irritada o con más sensibilidad— pero que pocos habían relacionado directamente con los procesos infecciosos. Los expertos explican que el descenso brusco de las temperaturas provoca vasoconstricción, es decir, el cierre parcial de los capilares para retener el calor. Cuando esto ocurre, la piel recibe menos oxígeno y nutrientes, lo que reduce su capacidad defensiva. Este debilitamiento de la barrera cutánea hace que la piel esté más frágil, más seca y más expuesta a irritaciones.
A este impacto del frío se suma el que producen las propias infecciones invernales. Cuando el cuerpo lucha contra un virus o una bacteria, libera toxinas e inflamación. Y uno de los primeros órganos en reflejar este estado de “modo combate” es la piel. Por eso, durante una gripe o un resfriado es habitual notar tirantez, sensibilidad aumentada o incluso brotes puntuales de acné. Entre las manifestaciones más frecuentes también encontramos herpes labial, pequeños granitos, descamación en el rostro o en el cuero cabelludo, y una sensación general de piel apagada. Muchas personas aseguran que “se ven peor” cuando están resfriadas, y no es una impresión subjetiva: el cuerpo prioriza la recuperación interna y el bienestar cutáneo queda temporalmente en un segundo plano.
¿Cómo proteger la piel durante una gripe o un resfriado?
En los días de infección y convalecencia es recomendable adaptar la rutina de cuidado facial, ya que la piel no se comporta igual que en condiciones habituales. Los especialistas coinciden en que es mejor evitar activos muy potentes —como retinoides o tratamientos altamente renovadores— y reducir el uso de maquillaje para facilitar que la piel respire y elimine toxinas con más facilidad. En cambio, es un buen momento para apostar por productos con activos calmantes y protectores, que ayuden a reforzar la barrera cutánea y a reducir la inflamación. Extractos naturales como la centella asiática, el ginkgo o ingredientes antioxidantes como la vitamina C pueden contribuir a mejorar la sensación de confort y devolver luminosidad al rostro. Lo más importante es recordar que estos cambios son temporales y totalmente normales. Si adaptamos los hábitos de cuidado y damos apoyo extra a la piel en estos momentos de estrés, es posible minimizar el impacto del frío y de las infecciones y recuperar la vitalidad cutánea más rápidamente.
Un recordatorio útil para este invierno: cuando el cuerpo lucha contra un resfriado o una gripe, la piel también lo nota. Y cuidarla es una forma más de acompañar la recuperación.
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