Pasada la Semana Santa, hoy empieza en las escuelas el tercer trimestre, el último del curso. Una cuenta atrás hasta el final que, en el caso de los finales de ciclo, todavía puede ser más trascendental. En la escuela Bernat de Riudemeia de Argentona —como en el resto de centros escolares— hoy a las nueve se reencontrará todo el alumnado tras las vacaciones y con la mente puesta en lo que aprenderán y vivirán en las pocas semanas que quedan antes del verano. El alumnado de sexto de primaria encara las últimas semanas de curso con la mirada puesta en las colonias en Port Aventura, pero no toda la clase tiene garantizada su presencia en ellas. Esta es la historia de una niña de Argentona que, simplemente, quiere ir de colonias.
Ari tiene once años y en su día a día convive con una enfermedad que sabe que la acompañará toda la vida: la diabetes tipo 1. Lleva un control continuo con una bomba de insulina, la acompaña un perro entrenado y especializado que detecta las posibles bajadas de azúcar antes que ella misma y, de vez en cuando, vive episodios en los que necesita adultos formados para atenderla ante una posible crisis. Ha aprendido a convivir con ello, con la diabetes. Ella y su familia, por supuesto. Por eso quieren hacer público su caso, por lo flagrante que resulta. Porque quieren que vaya de colonias pero el Departamento de Educación, a través de sus Servicios Territoriales del Maresme-Vallès Oriental, les ha hecho saber que no habilitarán la asistencia necesaria. Y claro, si no puede estar atendida y cuidada, Ari no puede ir de colonias. Y terminando etapa en sexto, con toda la clase, no quiere ni pensarlo. Ari quiere ir de colonias. Y tiene derecho.
Su madre, Èrica, denuncia que no se les garantizan los apoyos necesarios para que su hija pueda participar con seguridad en estas actividades, ya que el profesorado no está formado para realizarle los cuidados esenciales, como el cambio de catéter. Explican a Capgròs la situación con un clamor: que la escuela sea inclusiva y sí, que Ari pueda ir de colonias.
Desde los 6 años, Ari necesita control constante de los niveles de glucosa, insulina y vigilancia específica. Estas atenciones las asume habitualmente su familia, pero durante las colonias, que este año se celebran en el área de Tarragona y duran cuatro días, no estarán para ayudarla. Tampoco lo hará el profesorado, que —según explica su madre, Èrica Palomar— “no está formado para hacer cambios de catéter o resolver complicaciones de salud como una hipoglucemia grave”. Èrica se lamenta al ver cómo a Ari se le niega un seguimiento o apoyo que sí ha tenido previamente en actividades de día o que otros Servicios Territoriales sí han concedido. No será por papeleo, recursos, cartas o incluso la preparación de una denuncia penal, que la familia ha movido cielo y tierra. Pero por ahora, Ari no podrá ir de colonias. El caso ha tenido repercusión mediática.
“No queremos un privilegio, queremos poder estar”
La situación de Ari no es única, pero pone rostro y emoción a una problemática que diversas familias viven con impotencia. "Nos sentimos solas", dice Èrica. “La escuela nos ha propuesto que, si hay que hacer el cambio de catéter, cojan a la niña, la saquen del grupo y la lleven a un hospital cercano. Eso no es inclusión, es segregación.” Para Ari, quedarse sin colonias no es solo perder una excursión. Es despedirse de un ciclo vital sin vivir el ritual de paso compartido. “Es mi último año con mis amigos. Me haría mucha ilusión ir”, confiesa con una ternura que emociona. “Si pudiera tener un acompañante, ya sería suficiente.”[banner-AMP_5]
El coste de un monitor formado que pueda hacer el seguimiento médico necesario asciende a 800 euros que no cubre el Departamento de Educación, tal y como les han comunicado —no por escrito, por cierto— los Servicios Territoriales del Maresme y el Vallès Oriental. Esto implica, de facto, que Ari y muchos otros niños con necesidades similares se vean excluidos de actividades complementarias que forman parte del currículo vital y educativo. “No pedimos un privilegio”, insiste su madre, “sino poder estar, como cualquier otro niño.”[banner-AMP_6]
Un problema estructural que vulnera derechos
Según el informe “La educación inclusiva en Cataluña” publicado por la Síndica de Greuges en enero de 2025, la realidad de Ari se inscribe dentro de un problema estructural. El documento denuncia que, a pesar de la legislación vigente (como el Decreto 150/2017 y la Ley de Educación de Cataluña), muchos centros educativos aún no garantizan el acceso pleno y efectivo de los niños con necesidades educativas especiales a actividades como colonias, excursiones y viajes de fin de curso. El derecho de estos niños a participar en actividades escolares fuera del aula a menudo queda condicionado a la disponibilidad de recursos que no siempre se ofrecen. “Recibimos muchas quejas de familias a quienes se les niega la participación de los hijos en estas actividades, a menudo sin informes técnicos de los equipos de atención psicopedagógica (EAP) y basándose solo en criterios internos de la dirección o del profesorado”, alerta el documento.[banner-AMP_7]
Los niños con diabetes tipo 1 que no son autónomos —como es el caso de Ari— están especialmente expuestos a este vacío de atención. El informe remarca que el Departamento de Educación dispone de un modelo de atención para alumnos con diabetes, que estipula que estos niños deben poder participar en todas las actividades escolares “con el apoyo necesario, sin coste alguno para la familia”. Pero en la práctica, esto no siempre se cumple. Algunos centros no cuentan con personal cuidador con formación específica. Otros asignan tareas médicas a profesores sin capacidad para asumirlas. En muchos casos, se pide a las familias que acompañen personalmente a los hijos, asumiendo gastos y cargas emocionales que deberían cubrir los servicios públicos.[banner-AMP_8]
Los efectos de esta exclusión no son solo logísticos o académicos, sino profundamente emocionales. La sensación de ser diferente, de no poder compartir las mismas experiencias, puede marcar a un niño durante mucho tiempo. La Síndica lo expresa con claridad: estas actividades tienen una función educativa clave que no se puede sustituir. Son oportunidades de descubrimiento, de autonomía, de convivencia y de crecimiento personal. “Excluir a un niño por motivos de salud o discapacidad, sin apoyo alternativo, es una vulneración flagrante de su derecho a la educación inclusiva.”[banner-AMP_9]
Familias que alzan la voz
La familia de Ari no quiere quedarse callada. Junto con otras familias, reclaman que el Departamento asuma responsabilidades y garantice los recursos humanos y económicos para hacer posible la participación de todos los niños. Han recurrido a una abogada, pero una posible resolución por la vía penal llegará, como es comprensible, cuando las colonias ya hayan pasado. Unas colonias que Ari quiere vivir, con su clase. Que la ley, la Síndica, sus compañeras y la escuela quieren que viva.[banner-AMP_10]
La mochila está lista. ¿Llegará a Port Aventura o se quedará en Argentona? “Solo quiero ir con mis amigos”, repite. Una frase pequeña, pero cargada con todo el peso de un derecho que no debería pedirse —debería estar garantizado.
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