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Caldes d'Estrac fue refugio

Redacció

Cuando Caldes d'Estrac salvó a Europa: el Maresme se convirtió en capital mundial

En plena Guerra Civil, numerosos países desplazaron sus embajadas de Barcelona para intentar huir de los bombardeos: el Maresme y las 3 Viles fueron escogidas y Caldes d'Estrac se convirtió en la elección predilecta

 

Durante la Guerra Civil española, la retaguardia catalana dejó de ser un espacio seguro. Los bombardeos aéreos sobre Barcelona, especialmente los devastadores ataques de los días 16, 17 y 18 de marzo de 1938 —con casi un millar de víctimas—, marcaron un punto de inflexión. Ante la amenaza constante, muchas embajadas y consulados extranjeros tomaron una decisión insólita pero estratégica: abandonar la capital catalana y buscar refugio en poblaciones más pequeñas y discretas. El Maresme, y especialmente Caldes d’Estrac, se convirtió así, casi de un día para otro, en una inesperada capital diplomática europea.

Este traslado no fue casual. Municipios como Caldes d’Estrac, Sant Andreu de Llavaneres o Sant Vicenç de Montalt reunían diversas ventajas: no eran objetivos militares, disponían de torres y chalets de veraneo ideales para alojar delegaciones diplomáticas y contaban con buenas comunicaciones terrestres y marítimas que facilitaban una posible evacuación. En muchos casos, los propietarios de las fincas convivían con los diplomáticos, hecho que garantizaba la inviolabilidad de los edificios y los protegía de saqueos o bombardeos.

Embajadas en las Tres Villas


En Caldes d’Estrac, este episodio histórico ha dejado un legado patrimonial fascinante. Un itinerario por el municipio permite descubrir dónde se instalaron las principales delegaciones extranjeras. En la calle Major, Can Bastos, edificio neoclásico de 1880, acogió la residencia del cónsul francés, mientras que buena parte del personal diplomático de Francia también se establecía en el pueblo, aunque el embajador residía en Llavaneres. Francia, de hecho, tuvo un papel clave: el Consulado francés también se ubicó en Can Marcelino Coll, en el turón de Caldes, desde donde se organizaron repatriaciones de ciudadanos franceses y refugiados republicanos a partir del verano de 1938. Otros países siguieron el mismo camino. Costa Rica instaló su embajada en Can Boada, una casa del siglo XVIII con una larga historia patrimonial. El Reino Unido fue uno de los primeros en llegar: primero con el consulado en las Torres Garriga y Mercè —dos elegantes casas gemelas frente al mar— y después con la embajada en Can Soler, un espectacular conjunto novecentista situado sobre un acantilado con vistas al Mediterráneo.

La Marañosa, la Casa de Fusta que acogió a los Países Bajos


La diversidad diplomática era sorprendente. Los Países Bajos se establecieron en la singular Casa de Fusta, antiguo pabellón suizo de la Exposición Internacional de 1929, mientras que Bulgaria fijó su embajada en Can Puig Marcet. Argentina, con un papel diplomático especialmente relevante porque también representaba intereses de otros países, se instaló en Can Miracle. Incluso Suiza y Dinamarca tuvieron representación, con la Torre Seldwyla y el actual Hotel Caldescans como sedes respectivas.

Hoy, este conjunto de edificios explica una historia poco conocida pero extraordinaria: cuando un pequeño pueblo del Maresme se convirtió en refugio diplomático internacional. Caldes d’Estrac, durante unos meses, no solo protegió embajadas; contribuyó a salvar vidas y a mantener abiertos los canales diplomáticos de una Europa sacudida por la guerra.

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