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Cuando Caldetes fue la capital de los refugiados

Cugat Comas

Cuando Caldetes fue la capital de los refugiados

Un estudio histórico sobre los refugiados de la Guerra Civil en el Maresme Central pone en valor la importancia de la solidaridad de la población de Caldetes en uno de los episodios menos conocidos de aquel periodo


Durante los años oscuros de la Guerra Civil Española (1936-1939), mientras la violencia y los bombardeos castigaban cruelmente las ciudades de la retaguardia republicana, el Maresme Central se convirtió en un inesperado territorio de esperanza. Entre los municipios que desempeñaron un papel fundamental en esta gesta solidaria, Caldes d’Estrac —o Caldetes, como lo llama todo el mundo— destaca como un verdadero ejemplo de humanidad colectiva. Ahora, gracias al libro 'Una guerra solidaria: Refugiados de la Guerra Civil en el Maresme Central (1936-1939)', de Glòria Campoy y Marc Mas, este episodio hasta ahora poco conocido empieza a recibir el reconocimiento que merece.

El volumen, de 500 páginas, documenta la acogida masiva de desplazados —sobre todo niños y niñas— en nueve municipios de la comarca. “Es una faceta muy desconocida, poco tratada y poco estudiada. No se sabe, no se recuerda. Ha habido un doble silencio: el político, pero también el familiar. Muchos padres no contaron nunca nada a sus hijos, por miedo, para protegerlos de represalias”, afirma Campoy. Pero la memoria, pese al silencio, late.

Quizá el dato más impactante que recoge el libro es que, en el punto álgido del exilio republicano, el 22% de la población de Caldetes eran refugiados. “La Generalitat obligaba a acoger un 10% como mínimo, pero Caldes lo duplicó con creces”, explica Campoy. Aquel pequeño pueblo costero, tranquilo, con muchas casas de veraneo y alejado de las zonas de combate, se convirtió en lugar de paso, pero sobre todo de acogida.

La paz relativa que se respiraba —nunca cayeron bombas allí— y la existencia de grandes residencias vacías (porque sus propietarios burgueses habían huido al comenzar la guerra) hicieron de Caldes un lugar ideal para instalar colonias infantiles. Una de las más conocidas, y que ha quedado grabada en la memoria popular, fue la Colonia de Asistencia Infantil de Radio Barcelona, instalada en el conocido triángulo mágico que formaban las casas Comillas, Ferrer y Vidal, y la casa Nadal. “A Can Nadal llegaron 225 niños sin padres ni madres. Venían sobre todo de Madrid y del País Vasco, huyendo de los bombardeos franquistas”, relata Campoy.

Vascos, una acogida singular

Uno de los capítulos más destacados del estudio se dedica al primer exilio vasco, un flujo que tuvo lugar entre 1936 y 1937. “Empezaron a huir hacia Francia, pero como los franceses no los querían, muchos fueron devueltos en tren hacia la frontera catalana, a territorio republicano”, explica la autora. El gobierno vasco en el exilio, muy activo y organizado, buscó lugares limpios, agradables y seguros para los niños. “Este refugio vasco fue singular: tuvieron un trato privilegiado, con colonias muy bien atendidas. No corrieron la misma suerte los niños de Madrid o de Extremadura”.[banner-AMP_5]

En Caldetes, la llegada de estos niños supuso una auténtica revolución. Las casas se llenaron de alegría y de gritos, pero también de responsabilidades. “Muchos vecinos acogieron niños en sus casas. La gente todavía lo recuerda: ‘los niños’. Todos sabían que era una invasión de criaturas”, apunta Campoy. De hecho, la presencia de los niños dejó huella fotográfica: “Hay reportajes donde se les ve haciendo gimnasia, organizados, bien cuidados. Era otra manera de vivir la guerra”.[banner-AMP_6]

Una solidaridad silenciada

Una vez acabada la guerra y con la entrada de las tropas franquistas, aquella muestra colectiva de solidaridad quedó completamente silenciada. “Los mismos que habían ayudado, acogido y sostenido refugiados guardaron silencio por miedo a ser identificados como ‘rojos’. La represión era muy dura”, recuerda Campoy. Algunos archivos municipales fueron quemados o borrados para evitar represalias. Aun así, en algunas familias todavía hay cartas, fotografías y recuerdos que han perdurado, a menudo en la intimidad.[banner-AMP_7]

El libro también reivindica que este episodio no puede quedar cerrado entre sus páginas. Campoy lo dice claro: “Cada pueblo debería hacer su propia extracción documental. Da para publicaciones individuales. Sería fundamental que se conociera más”. La historiadora propone ir más allá: hacer rutas de la solidaridad, recuperar espacios, poner placas, explicar que las guerras también tienen historias humanas y admirables. “La memoria tira. Cuando se hacen cosas, la gente responde. Hay interés. Caldes, con un alcalde historiador, tiene una oportunidad magnífica”.[banner-AMP_8]

La presentación del libro, celebrada en Can Nadal el pasado 22 de marzo, fue un éxito rotundo. “Este libro también es un homenaje a los pueblos que actuaron con valentía y humanidad. Pueblos que fueron refugio cuando más hacía falta”, concluye Campoy.

Hoy, cuando las guerras vuelven a llenar noticiarios y fronteras, recordar la Caldetes de 1937 no es solo un ejercicio de memoria: es una lección de humanidad. Y un llamamiento a no dejar que los gestos valientes se borren del mapa.[banner-AMP_9]


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