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Xavier Amat

Animales

Cada mañana ella marcha a las 7 en punto. Deja el perro cerrado a la terraza, donde pasa todo el día. Un perro –seremos clásicos y le diremos Bobi– de considerables dimensiones en una terraza de poco más de 10 m2, a la intemperie, sin ninguna protección. En Bobi llora y llora, con unos sonidos tan agudos que podrían romper una copa, y de vez en cuando borde, vais a saber a quien pide auxilio. Se ve que ella se estima mucho los animales. Por eso decidió “tener cura” de un perro, enseñarlo a las amistades cuando la visitan, que todas le digan ostras qué guai, y sentirse a gusto con ella misma porque, está claro, si en Bobi no estuviera a su piso vais a saber a manso de quien habría ido a parar.

De Bobis deben de haber muchos, por Mataró. Igual que de tortugas, hámsters, gatos, y tantos otros bitxos que quizás estarían más tranquilos atravesando el Camino de la Giganta en hora punta que no con la familia que los ha adoptado. A sabiendas del que algunos animales –ahora como insulto– son capaces de hacer a sus parejas a pesar de que estas lo pueden explicar y denunciar, no me quiero ni imaginar las prácticas de tortura que ahora, justo en este momento, muchos deben de estar practicando a sus mascotas junto a casa. Porque hay muy tarat por el mundo. Supongo que en un futuro, espero que no muy lejano, alguien que lo pueda hacer dirá que se ha acabado, que no todo el mundo puede comprar animales, que no todo el mundo es apto para mantener, igual que para conducir un coche hay que conocer unas normas porque si no puedes hacer muy mal. Que son seres vivos, que sufren, y que, si la gente se siendo sola, que se busque un amante o se apunte a canto coral, pero que deje en paz los animales.

Mientras tanto en Bobi mira al cielo. Es el único lugar donde puede mirar, puesto que lo rodea una pared –muro que no le permite visualizar la calle ni nada de nada. Sólo el cielo.