En la música, como en la vida, ser en el momento adecuado al lugar oportuno puede marcar la diferencia, sin duda, entre el éxito o el fracaso. El que es bueno, pero, es que la vida nos brinda la oportunidad. De hecho, que el éxito se produzca o no será cuestión del destino y las circunstancias.
Ahora bien, cuando la muerte truca a nuestra puerta y, sin pedir permiso ni mostrar respeto por ninguna condición, situación o edad, destruye una vida, no nos priva tan sólo de la persona, el hombre cosa natural, sino que también priva la humanidad del que habría sido su obra posterior. Cuando un artista se muere en un momento de plenitud de su bastante creadora, sólo nos queda una pregunta incontestable: cómo habría sido su obra si no hubiera desaparecido en una edad tan temprana? Mozart tenía 35 años; Schubert, 31; Bellini, 34; Chopin, 39; Mendelsshon, 38; Mussorgsky, 42; Schumann, 46; y Granados, igual que Albéniz, 49. Verdaderamente, no hay que continuar una lista que se haría interminable.
No obstante, me gustaría incidir en un caso muy especial un caso como un capazo, diría yo, y dejo bajo vuestro criterio personal lo sublime interrogante a que me he referido más arriba. Se trata de un joven, una figura fundamental del siglo XIX, a quien los contemporáneos conocían como Mozart español. La Dama Negra le segó la vida a la edad de veinte años. La tisis, denominada también tuberculosis la enfermedad mal llamada romántica, de tan desconocida como era, privó el mundo de una obra genial. De muy jovencito el español Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826) ya era reconocido y apreciado como un excelente músico y un magnífico compositor. A trece años estrenó la ópera Nada o mucho y un año más tarde, el 1820, la titulada Los esclavos felices. De esta última sólo se conserva completa la apertura, de estilo rossinià, y algunas partes fragmentadas.
De Arriaga amplió sus ya extensos conocimientos de música clásica al Conservatorio de París. Allá dejó completamente fascinados sus tutores y en muy poco tiempo ocupó el cargo de auxiliar de dirección. Con la composición de una fuga a ocho voces (Te vitam venturi saeculi), una obra escrita durante su periodo de formación, consiguió despertar la admiración de Cherubini, y la crítica calificó de auténticas obras de arte sus cuartetos de cuerda. El crítico y musicòleg Fétis fue categórico: No puedo imaginar nada más elegante que estos cuartetos que han merecido el reconocimiento de los entendidos.
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