Cómo percibe la gente mayor que ha vivido siempre en la misma calle los cambios que se van produciendo y la llegada de nuevos vecinos? Aprovechando la reciente reurbanización de la calle de Milans, lo preguntamos a la mujer de más edad que vive, la Conxita Torrents, y la contrastamos con uno de sus habitantes jóvenes, en Neil Harbisson.
Los tiempos del tranvía que iba hacia Argentona, las tartanes que dejaban a la puerta de casa los que llegaban con el tren a la estación, las calles de arena y piedras y a su lomo los niños jugando a la peonza, a los soldadets de plomo o al palet, a buen seguro, aquellos años, no volverán. Pero permanecen en la memoria de los que vivieron en aquella Mataró mucho más pequeña que el actual, que iba creciendo despacio, con unas fábricas de género de punto en alza; la ciudad que faenaba con sudor seis días a la semana, pero que al séptimo paseaba vestida de domingo por La Riera.
Todavía hoy las fachadas de muchas casas que se han mantenido de pie con orgullo nos pueden hacer transitar más fácilmente hacia el pasado. Y las reurbanizaciones llevadas a cabo en algunas calles, incluso, parecen haber despertado colectivos vecinales enteros de una pesadilla en que los coches se hicieron amos de todo el espacio, estacionaban encima de las aceras, y los camiones, a menudo, no permitían ni salir de la vivienda sus inquilinos. Ahora, estos vecinos, ya piensan al recuperar tradiciones perdidas. Es el caso de la calle de Milans, con gran parte de las viviendas de finales del siglo XIX y proyectados por el arquitecto Emili Cabañas; jóvenes y grandes se han reencontrado a partir del tratamiento de estética a que se ha sometido la vía este 2009. "Siempre ha sido una calle muy familiar, muy entrañable, pero ahora las aceras anchas y los pasos de peatones elevados hacen que los vecinos nos podamos parar de nuevo y hacerla estallar", explica la Conxita Torrent, que, con 86 años, se declara la más vieja de la calle y, además, ha vivido toda la vida. Del mismo parecer es en Neil Harbisson, de 27 años, también vinculado a la calle de Milans desde bien menut. Él ya no estuvo a tiempo de jugar en medio de la calzada por el peligro que comportaban los vehículos, pero espera poder ver bien pronto otras antiguas actividades que hace años que no se organizan: "Todos los vecinos estamos muy animados al montar una fiesta de la calle como las que se habían hecho a los años 20 del siglo pasado. Supongo que este próximo verano será una realidad". La Conxita las recuerda vagamente: "Me he visto retratada en una fotografía de la fiesta del 1926, sé que nos daban sandía, y que se hacía una serenata. Debía de ser en los alrededores de San Juan", dice.
En Argentona a pasar el día
En unos años en que no había televisiones, videoconsolas ni internet, los niños se lo pasaban bien con cualquier cosa: "Nos gustaba mucho ir a las fábricas que había cerca, como la de Can Carbonell, ensartarnos a la reja y mirar como trabajaban", rememora la Conxita. Los días que la hacían más feliz, pero, era cuando iba con la familia en Argentona: "Subíamos al tranvía aquí al lado, en la calle de Jaume Isern, y en Argentona pasábamos el día, jugando, llenando los bidones con el agua de las fuentes, cogíamos anissos...". No tan alegres fueron los últimos años de la década de los 30, en que la Conxita Torrent recuerda como "la calle se quedó sin hombres, todos fueron a hacer la guerra. Después ya nada volvió a ser igual, y se perdieron muchas tradiciones". A Neil, pero, siempre le ha gustado mucho su calle, hasta el punto que no le haría nada seguir las pasas de la Conxita y vivir "toda la vida, y más ahora, que hay árboles".
Algunas casas de cós de la calle de Milans, como toda la ciudad, han dado a edificios de más viviendas. La Conxita, de hecho, vive en un piso, y dice entender que haya transformaciones de estas características a pesar de que espera que "gran parte de las casas se conserven, porque hay de muy guapas y muy antiguas". Por suerte, explica, todos los nuevos vecinos que han ido llegando a la calle "enseguida se lo han hecho suyo, siempre he sido muy contenta de todos los que han venido". Grandes y jóvenes, personas que hace décadas que viven y otros que acaban de llegar, hacen posible escribir cada día una nueva página de la historia de esta calle que, junto con las historias diarias de todos los otros, conforman el gran volumen de la historia de una ciudad.
Los tiempos del tranvía que iba hacia Argentona, las tartanes que dejaban a la puerta de casa los que llegaban con el tren a la estación, las calles de arena y piedras y a su lomo los niños jugando a la peonza, a los soldadets de plomo o al palet, a buen seguro, aquellos años, no volverán. Pero permanecen en la memoria de los que vivieron en aquella Mataró mucho más pequeña que el actual, que iba creciendo despacio, con unas fábricas de género de punto en alza; la ciudad que faenaba con sudor seis días a la semana, pero que al séptimo paseaba vestida de domingo por La Riera.
Todavía hoy las fachadas de muchas casas que se han mantenido de pie con orgullo nos pueden hacer transitar más fácilmente hacia el pasado. Y las reurbanizaciones llevadas a cabo en algunas calles, incluso, parecen haber despertado colectivos vecinales enteros de una pesadilla en que los coches se hicieron amos de todo el espacio, estacionaban encima de las aceras, y los camiones, a menudo, no permitían ni salir de la vivienda sus inquilinos. Ahora, estos vecinos, ya piensan al recuperar tradiciones perdidas. Es el caso de la calle de Milans, con gran parte de las viviendas de finales del siglo XIX y proyectados por el arquitecto Emili Cabañas; jóvenes y grandes se han reencontrado a partir del tratamiento de estética a que se ha sometido la vía este 2009. "Siempre ha sido una calle muy familiar, muy entrañable, pero ahora las aceras anchas y los pasos de peatones elevados hacen que los vecinos nos podamos parar de nuevo y hacerla estallar", explica la Conxita Torrent, que, con 86 años, se declara la más vieja de la calle y, además, ha vivido toda la vida. Del mismo parecer es en Neil Harbisson, de 27 años, también vinculado a la calle de Milans desde bien menut. Él ya no estuvo a tiempo de jugar en medio de la calzada por el peligro que comportaban los vehículos, pero espera poder ver bien pronto otras antiguas actividades que hace años que no se organizan: "Todos los vecinos estamos muy animados al montar una fiesta de la calle como las que se habían hecho a los años 20 del siglo pasado. Supongo que este próximo verano será una realidad". La Conxita las recuerda vagamente: "Me he visto retratada en una fotografía de la fiesta del 1926, sé que nos daban sandía, y que se hacía una serenata. Debía de ser en los alrededores de San Juan", dice.
En Argentona a pasar el día
En unos años en que no había televisiones, videoconsolas ni internet, los niños se lo pasaban bien con cualquier cosa: "Nos gustaba mucho ir a las fábricas que había cerca, como la de Can Carbonell, ensartarnos a la reja y mirar como trabajaban", rememora la Conxita. Los días que la hacían más feliz, pero, era cuando iba con la familia en Argentona: "Subíamos al tranvía aquí al lado, en la calle de Jaume Isern, y en Argentona pasábamos el día, jugando, llenando los bidones con el agua de las fuentes, cogíamos anissos...". No tan alegres fueron los últimos años de la década de los 30, en que la Conxita Torrent recuerda como "la calle se quedó sin hombres, todos fueron a hacer la guerra. Después ya nada volvió a ser igual, y se perdieron muchas tradiciones". A Neil, pero, siempre le ha gustado mucho su calle, hasta el punto que no le haría nada seguir las pasas de la Conxita y vivir "toda la vida, y más ahora, que hay árboles".
Algunas casas de cós de la calle de Milans, como toda la ciudad, han dado a edificios de más viviendas. La Conxita, de hecho, vive en un piso, y dice entender que haya transformaciones de estas características a pesar de que espera que "gran parte de las casas se conserven, porque hay de muy guapas y muy antiguas". Por suerte, explica, todos los nuevos vecinos que han ido llegando a la calle "enseguida se lo han hecho suyo, siempre he sido muy contenta de todos los que han venido". Grandes y jóvenes, personas que hace décadas que viven y otros que acaban de llegar, hacen posible escribir cada día una nueva página de la historia de esta calle que, junto con las historias diarias de todos los otros, conforman el gran volumen de la historia de una ciudad.