A finales de mayo una buena parte de la población quiere tener ya acabado su particular diseño del verano. Una de las formas de sentirse autónomo pasa, hoy, por la definición del propio tiempo. Es hecho totalmente nuevo. Todavía no hace treinta años las vacaciones no eran vividas y sentidas como una necesidad, ni un derecho. Ni mucho menos como un deber. El deber de hacer vacaciones se impone y sustenta las economías globales. Pero el deber de las vacaciones es también uno de los exponentes básicos que nos explica la crisis del yo occidental. Porque hoy, el yo es una organización cultural definida por el mercado.
El punto de partida. Cómo decía Pascal: la imposibilidad de estar tranquilo dentro de nuestra habitación. Entendiendo, está claro, que nuestra habitación es nuestro yo. El paradigma de nuestra cultura está claro: es imposible ser feliz con un mismo, la felicidad siempre está afuera. Siempre. Somos incapaces de aguantarnos. Somos incapaces de convivir con nosotros mismos. Incapaces de hacer unas vacaciones con nosotros mismos. La idea que somos un continente desconocido para nosotros mismos y que es posible un estado de felicidad sin movernos de casa es casi un absurdo.
Las vacaciones se plantean, pues, con la máxima, el paradigma que toda felicidad es exterior a nosotros, en primer lugar. En segundo lugar, la idea que toda felicidad proviene siempre de una realidad material: un país, un hotel, un avión, una piscina o una gastronomía, una mujer o un hombre, un sexo a someter en competitivas cursas de seducción, un paisaje que comportará paz del corazón, una ideología que corroborar en una país lejano... exterioritats que hay que conquistar. La realidad de la vida cotidiana nos dice, en cambio, que la felicidad es un estado de equilibrio interno donde entran en juego muchos factores. Ciertamente los básicos, siguiendo Maslow, que hoy ya hemos olvidado. Para pasar después los emocionales, los relacionales. Y especialmente los espirituales: poder confrontar que la propia existencia, cuando hace unos ciertos años que vamos por el mundo, tiene algún sentido, va a algún lugar, y que la llegada inesperada de la muerte no dejaría el yo con la estúpida sensación de haber pasado la vida sin saber qué era importante y qué era simplemente escenografía.
En tercer lugar, la idea que si la realidad no está a la medida de nuestra fantasía, hay que reconstruirla. Y es aquí cuando se impone el viaje al parto temático: la natura y la cultura no es bastante bella ni divertida para satisfacer nuestro deseo escenográfico. Hay que ir en Port Aventura, Disneyworld o los grandes complejos hoteleros de todo el mundo. O viajamos a través de los no-lugares: los Hardrock de turno. O vamos de voluntarios al Tercer Mundo y vemos que los pobres no son como los habíamos imaginado y que no hay la tele para grabar nuestra extrema generosidad. Tampoco las personas son el que querríamos, y acabamos buscando amores de verano que hacen aguas cuando llega el otoño.
Se ha impuesto la idea de desconectar. Pero olvidamos que no viajamos para desconectar del trabajo. Viajamos para desconectar de nosotros mismos. Para desaparecer personalmente. Ser un cuerpo sin historia, un corazón sin descalabros; querríamos ser un SER sin intención, sin objetivo, sin proyecto. Precisamente desconectamos al intuir que no tenemos proyecto vital: que somos a menudo un cúmulo de decisiones estratégicas que nunca apuntan al Yo como el espacio por excelencia que hay que reconstruir. En la fragmentación de la vida cotidiana, la del verano es la más patética, porque pudiendo elegir entre una multitud de aspectos internos para elaborar, escogemos el de la ausencia. Pagamos dinero porque la natura de paraísos inexistentes nos haga perder de vista el paraíso que traemos dentro. Pagamos para no-ser quién somos. Ciertamente, los más grandes viajeros, son aquellos que no han salido nunca de casa. Cómo fue Cristina Kaufmann.
fgrane@eulogosmedia.com
* Artículo publicar a la revista 'Valores' Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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