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Marc Plana

El síndrome de Stendhal (V)

El síndrome de Stendhal no está en mí. He probado de tenerla por Mataró y, por mucho que me siente al fresco, nunca me ha pasado nada. El síndrome tampoco estaba en el chico francés que subió con nosotros al jeep que nos tenía que traer de Chile hasta Bolivia. Atravesaríamos los Andes del salar de Atacama al salar de Uyuni en tres días y dos noches, cruzando lagos de todos colores y un desierto a cuatro mil metros. A estas alturas, el mal de altura puede ser muy agudo. La altura se puede superar con una buena aclimatación, pero no hay ningún factor fijo que haga inevitable el mal. A media tarde del primer día llegamos a un precario refugio perdido en medio de los Andes y, mientras todo el mundo visitaba Laguna Colorada (el tercer color del día), el francés ya se había puesto a dormir.

El síndrome tiene un contexto, la Florencia donde Stendhal sufrió aquella sobredosis de belleza. Antes de entrar a los Andes, habíamos sido unos días a San Pedro de Atacama. Subíamos al jeep rodeados todavía de la bruma cálida del géiseres del Tatio y con el salar de Atacama a la retina, el reflejo de la puesta de sol jugando con los colores de la sal cristalizada y con el rosado de los flamencos que se reflejaban a los charcos que manchan de moratón pálido el salar. A la otra punta del contexto, tres días después llegábamos al salar de Uyuni. El jeep corría sobre un mar de sal inmaculada. A Uyuni, no hay formas ni colores. La sal se ha cristalizado en orden y en blanco. Una llanura perfecto y el jeep tirándonos una brisa gélida a la cara. Ya no cabía todo a la retina. La belleza sólo se podía dejar fluir y perder y, nosotros, traer aquella sonrisa de felicidad idiota a la cara.

El síndrome tiene sus síntomas. Vértigo, abatimiento, aumento del ritmo cardíaco, confusión. Laguna Verde es justo detrás de San Pedro. Cuando llegamos, el chico francés empezó a sentirse mal. La carencia de oxígeno hace que el corazón bombegi mucho más rápido. Se sentía mareado y ni pudo salir del coche. Laguna Verde tiene una concentración mineral que le mujer al lago su color esmeralda. El Volcán Licancabur se levanta, simétrico, por sobre y su forma cendrosa contrasta con la espuma blanca que rodea el lago. El mal de altura y el síndrome como caras de una misma moneda. Dos maneras de relacionarse con la natura a cuatro mil metros que se tocan en sus síntomas. Ni en mí, ni en el lago. El síndrome está justo en el punto que el equilibrio hace imposible una formula exacto. Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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