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Francesc Masriera

El sonido de las campanas

El domingo de Pascua dormía plácidamente -debían de ser más o menos las 10 de la mañana- cuando de repente me despertó el sonido de las campanas de Santa Maria que, a diferencia otras veces, no tocaban las horas sino alguna melodía que debía de estar relacionada con la festividad de este día. Adormilado todavía, durante los diez minutos largos que, más o menos, duró el repicar de las campanas, tuve la maravillosa sensación que la musicalidad del sonido que desprendían me transportaba en el Mataró de los siglos XIV-XV, cuando -imagino- la Basílica debía de ser una iglesia plenamente gótica y la pequeña villa que lo rodeaba debía de estar llena de arcos ojivales que embellecían el paisaje. Qué grave me sabe que, tal como si que ha pasado en otros lugares, la historia no nos haya legado más muestras de este fascinante estilo arquitectónico. Os imagináis qué ciudad tendríamos?

Repasando mentalmente el catálogo del patrimonio recuerdo que, más allá de algunos arcos de la nave, la base del campanario y las gárgolas de la Basílica, sólo algunos elementos (básicamente ventanales) nos recuerdan su existencia. Definitivamente -pienso-, la historia no ha sido nada generosa con nosotros.

Un golpe despierto, cuando ya hacía un buen rato que las campanas habían dejado de sonar, me vino a la cabeza un capítulo de Notre Dame de Paris en que Victor Hugo describe, como nadie más sabe hacerlo, como era la ciudad gótica del siglo XV: "Y si quiere recibir de la vieja ciudad una impresión que la moderna ya no puede darle, suba una mañana de grande fiesta, el domingo de Pascua o de Pentecostés al amanecer, a un punto elevado desde donde domino la capital entera y asista al despertar de los carillones. Vea, a una señal procedente del cielo, púas se lo suele quien la da, cómo esas mil iglesias se estremecen a la vez (...) Y diga si sabe de la existencia en el mundo de algo más rico, más alegre, más dorado, más deslumbrante que este tumulto de campanas y de tintineos, que esta hoguera de música, que estas diez mil voces de bronce cantando a la vez en flautas de piedra de trescientos pies de altura, que esta ciudad que no se sino una orquesta, que esta sinfonía que suena como una tormenta".

A menudo, cuando algún amigo de fuera de Mataró me pregunta qué es el que más me gusta de mi ciudad, contesto, sin dudar, el campanario de Santa Maria. De hecho es, probablemente, la razón principal por la que hace unos años decidí comprar el piso donde vivo ahora: salir a la terraza y disfrutar de la vista del campanario -sobre todo por la noche, cuando estaba iluminado- era un gozo impagable. Más adelante -maldecido sea el día-, alguien decidió que se tenía que levantar un bloque de pisos a la acera del delante y mi gozo se fue a pique. Desde entonces, el sonido de las campanas tocando las horas me recuerda su existencia. Tendré que esperar hasta la próxima festividad para volver a escuchar su música? Ojalá me despertara cada día.