Por razones de todos muy conocidas, a buen seguro que el concepto patrimonio ha sido uno de los más debatidos en los ámbitos políticos, social y culturales de la ciudad en los últimos tiempos. Ha sido y es pero un debate con la mirada al pasado, olvidando la realidad actual, sin entender que los hechos y las actuaciones de ahora mismo conformarán la realidad patrimonial de la ciudad en un futuro.
Valga esta previa ante las consideraciones generales que merece la sorpresiva aparición en un rincón de la Plaza Sta Anna del Monumento a la Sardana, obra del escultor Yago Vilamanyà, y erigida en recordança de haber sido denominada Mataró, Ciutat Pubilla de la Sardana.
Dicen que el mejor escrivent en algún momento hace un garabato o le cae una mancha. A Yago Vilamanyà -excelente escultor- le ha sucedido esto y no lo ha acertado ni mucho menos en su realización. El buen concepto de conjugar la danza y el mar, con el detallado recordatorio a los grandes compositores, ha tenido una plasmación escultórica bien poco acertada.
Achaparrada en la medida, descabezada en el que parece un monolito a medio camino, con una grafía enjuta y unos dansaires acartonats amorrats a la columna irisada de la mar, la obra de Vilamanyà no estructura el pensamiento obligado de ritmo y ductilidad de una danza, convirtiéndola en un concepto pesado y poco grácil.
Pero una escultura pública exige un otra concepto fundamental cómo es lo del lugar situado con el que se tiene que complementar casi fundiéndose en él. Como el marco de un cuadro , no todos sirven por la misma obra y su elección marcará claramente la fuerza del impacto de la escultura hacia el espectador.
Si existen esculturas públicas en que es casi imposible encontrar una mejor ubicación, - caso Matarona de Simon / Cuyàs, o el Ocellot de Perecoll o Laia de Rovira Requesón-, en este caso sucede justamente el contrario y se ha ubicado en un rincón sin perspectiva, anxovada por el entorno que le rompe toda fuga que recortara su sobrepeso y conseguir así la ligereza que precisa. Los Ayuntamientos democráticos con todo acierto decidieron poblar la ciudad de esculturas públicas de las que era huérfano. Lo hicieron con seriosidad y con un afán de equilibrio de nombres y tendencias y los creadores respondieron con seriosidad y calidad ( en el caso de Vilamanyà con el magnífico torso femenino de la Pça Joan XXIII a Rocafonda). Mica en mica el criterio se fue desdibujando y fueron urbanistas , arquitectos , promotores y demés quién han marcado las pautas. Así han escogido nombres y creadores , o sencillamente se han creído artistas como el caso de Dolors Periel. Todo para llegar al desmadre de que sea un departamento del Ayuntamiento , Alcaldía , Obras, Cultura o a quien le toque, el que decide el que , el cómo, y donde de una obra pública destinada ser el patrimonio de nuestro futuro.
El grave error de este Monumento a la Sardana tendría que hacer reflexionar. Hay que establecer criterios definidos estableciendo el que , quien , como y de qué manera se responsabiliza de este campo de la escultura pública, que para muchos es simple anécdota cuando en realidad y que casi sin darnos cuenta muestra al exterior el criterio artístico y el sentido estético de una ciudad.
P.S..- Hace más de quince años que periódicamente reclamo en el Ayuntamiento que identifique a las esculturas públicas con pequeña placa que indique título, autor y otras características. La respuesta es siempre la misma: Esto está hecho. Han pasado quince años y cada vez estoy más convencido que pueden pasar con toda facilidad, como mínimo otros quince.
Valga esta previa ante las consideraciones generales que merece la sorpresiva aparición en un rincón de la Plaza Sta Anna del Monumento a la Sardana, obra del escultor Yago Vilamanyà, y erigida en recordança de haber sido denominada Mataró, Ciutat Pubilla de la Sardana.
Dicen que el mejor escrivent en algún momento hace un garabato o le cae una mancha. A Yago Vilamanyà -excelente escultor- le ha sucedido esto y no lo ha acertado ni mucho menos en su realización. El buen concepto de conjugar la danza y el mar, con el detallado recordatorio a los grandes compositores, ha tenido una plasmación escultórica bien poco acertada.
Achaparrada en la medida, descabezada en el que parece un monolito a medio camino, con una grafía enjuta y unos dansaires acartonats amorrats a la columna irisada de la mar, la obra de Vilamanyà no estructura el pensamiento obligado de ritmo y ductilidad de una danza, convirtiéndola en un concepto pesado y poco grácil.
Pero una escultura pública exige un otra concepto fundamental cómo es lo del lugar situado con el que se tiene que complementar casi fundiéndose en él. Como el marco de un cuadro , no todos sirven por la misma obra y su elección marcará claramente la fuerza del impacto de la escultura hacia el espectador.
Si existen esculturas públicas en que es casi imposible encontrar una mejor ubicación, - caso Matarona de Simon / Cuyàs, o el Ocellot de Perecoll o Laia de Rovira Requesón-, en este caso sucede justamente el contrario y se ha ubicado en un rincón sin perspectiva, anxovada por el entorno que le rompe toda fuga que recortara su sobrepeso y conseguir así la ligereza que precisa. Los Ayuntamientos democráticos con todo acierto decidieron poblar la ciudad de esculturas públicas de las que era huérfano. Lo hicieron con seriosidad y con un afán de equilibrio de nombres y tendencias y los creadores respondieron con seriosidad y calidad ( en el caso de Vilamanyà con el magnífico torso femenino de la Pça Joan XXIII a Rocafonda). Mica en mica el criterio se fue desdibujando y fueron urbanistas , arquitectos , promotores y demés quién han marcado las pautas. Así han escogido nombres y creadores , o sencillamente se han creído artistas como el caso de Dolors Periel. Todo para llegar al desmadre de que sea un departamento del Ayuntamiento , Alcaldía , Obras, Cultura o a quien le toque, el que decide el que , el cómo, y donde de una obra pública destinada ser el patrimonio de nuestro futuro.
El grave error de este Monumento a la Sardana tendría que hacer reflexionar. Hay que establecer criterios definidos estableciendo el que , quien , como y de qué manera se responsabiliza de este campo de la escultura pública, que para muchos es simple anécdota cuando en realidad y que casi sin darnos cuenta muestra al exterior el criterio artístico y el sentido estético de una ciudad.
P.S..- Hace más de quince años que periódicamente reclamo en el Ayuntamiento que identifique a las esculturas públicas con pequeña placa que indique título, autor y otras características. La respuesta es siempre la misma: Esto está hecho. Han pasado quince años y cada vez estoy más convencido que pueden pasar con toda facilidad, como mínimo otros quince.