Viernes a mediodía. Voy al casamiento de unos bonos amigos a los flamantes Juzgados de Mataró. La pareja enamorada es catalanohablante; la jueza que los enlazará dice ante todo que el acto lo hará en castellano porque es de fuera. Mis amigos hacen cara de no saber qué cara poner, uno de los momentos más importantes de su vida y tendrá que ser en una lengua que no es la suya. Pero, qué haremos, oi? O esto u hoy no os casáis.
Al atardecer ensarto Vía Europa arriba y me llego a un gran centro comercial. Tengo ganas de cine. Sigo en Mataró o la Vía Europa me ha traído hasta Valladolid? El nombre del centro comercial me saca de dudas, pero, películas en español: 12, películas en catalán: 0. Un resultado todavía más humillando que el España Malta de hace ya unos cuántos años.
Saliendo del cine me convencen de ir a hacer unas partidas al Bingo Maresme, en plena Rambla, la quemo de la quemo de la capital del Maresme. Por las voces nasales de las chicas que cantan los números sólo salen las cifras en castellano. Sesenta y seis, seis seis. También los que venden los cartones y sirven bebidas parecen muy alejados de toda supuesta inmersión lingüística.
Bien, quizás si vamos a bailar nos animaremos algo más que no en el aburrido Bingo. Para seguir con mis cábalas, -que sólo de exponerlas en voz alta hay quién tildará de nacionalistas radicales separatistas neofascistas-, contaré cuántas canciones en catalán pinchan a los locales a los que vamos para que movamos el esqueleto. Ya hace bastantes años que la música que se hace en catalán va más allá de en Raimon, en Llach y Bonet, y hay de mucho ballable. Espero no descontarme. No, no hay peligro, no he pasado de cero.
Mientras voy hacia casa pienso que la próxima semana invitaré de marcha por Mataró a Albert Rivera y a Rosa Díez, para que me ayuden en su afán de equilibrar el bilingüismo. Y es que encuentro que el último anuncio del PP tiene razón, cuando dice: "tanta miseria intelectual sólo conduce a un futuro: la miseria moral y económica". Pero no me hago muchas esperanzas: lunes, cuando voy a renovarme el carné, lo entiendo todo: veo que allí donde nos dan la identidad ondea tan sólo una bandera, en vez de las dos que tendría que haber. Extranjero en casa.
Al atardecer ensarto Vía Europa arriba y me llego a un gran centro comercial. Tengo ganas de cine. Sigo en Mataró o la Vía Europa me ha traído hasta Valladolid? El nombre del centro comercial me saca de dudas, pero, películas en español: 12, películas en catalán: 0. Un resultado todavía más humillando que el España Malta de hace ya unos cuántos años.
Saliendo del cine me convencen de ir a hacer unas partidas al Bingo Maresme, en plena Rambla, la quemo de la quemo de la capital del Maresme. Por las voces nasales de las chicas que cantan los números sólo salen las cifras en castellano. Sesenta y seis, seis seis. También los que venden los cartones y sirven bebidas parecen muy alejados de toda supuesta inmersión lingüística.
Bien, quizás si vamos a bailar nos animaremos algo más que no en el aburrido Bingo. Para seguir con mis cábalas, -que sólo de exponerlas en voz alta hay quién tildará de nacionalistas radicales separatistas neofascistas-, contaré cuántas canciones en catalán pinchan a los locales a los que vamos para que movamos el esqueleto. Ya hace bastantes años que la música que se hace en catalán va más allá de en Raimon, en Llach y Bonet, y hay de mucho ballable. Espero no descontarme. No, no hay peligro, no he pasado de cero.
Mientras voy hacia casa pienso que la próxima semana invitaré de marcha por Mataró a Albert Rivera y a Rosa Díez, para que me ayuden en su afán de equilibrar el bilingüismo. Y es que encuentro que el último anuncio del PP tiene razón, cuando dice: "tanta miseria intelectual sólo conduce a un futuro: la miseria moral y económica". Pero no me hago muchas esperanzas: lunes, cuando voy a renovarme el carné, lo entiendo todo: veo que allí donde nos dan la identidad ondea tan sólo una bandera, en vez de las dos que tendría que haber. Extranjero en casa.