En pocos días en el Ayuntamiento de Mataró se le han acumulado, por pura coincidencia, el otorgamiento de varias distinciones a personas y entidades: medallas de la ciudad, un hijo adoptivo y un mataroní ilustre.
El Colegio Corazón de Maria ha recibido la Medalla de la Ciutat, que antes ya habían obtenido otros centros religiosos de larga presencia a la ciudad (Escuelas Pías, Valldemia, etc.). Y por otro lado se ha reconocido como 'Hijo adoptivo a título póstumo' al alcalde mártir Josep Abril, republicano federal, y entra a la 'Galería de Mataronins Ilustres', el arqueólogo e historiador tenaz, delicado dibujante y ferviente defensor del patrimonio Marià Ribas.
El hecho está bien, y yo mismo siempre he sido partidario de reconocimientos de este tipo cuando lo cosa se lo vale. Es loable y positivo que una ciudad o un país reconozcan las personas y colectivos que han destacado en la suyas actividades o que han aportado mucho a la sociedad, al bien común. De todas maneras, hay que tener cuidado. No se puede generalizar ni carecer de rigor. Entonces pierden sentido y se banalizan.
Hay méritos personales o de grupo que son indiscutibles, más allá del papel que han jugado las entidades de larga duración, que los ha tocado vivir épocas diversas y contradictorias. También hay quién que busca honores y hace bandera de sus propios méritos. Y todavía hay quien -quizás con más méritos- por modestia o por mal olor los ha rehuido. Conozco ejemplos de todos los casos.
El Colegio Corazón de Maria ha recibido la Medalla de la Ciutat, que antes ya habían obtenido otros centros religiosos de larga presencia a la ciudad (Escuelas Pías, Valldemia, etc.). Y por otro lado se ha reconocido como 'Hijo adoptivo a título póstumo' al alcalde mártir Josep Abril, republicano federal, y entra a la 'Galería de Mataronins Ilustres', el arqueólogo e historiador tenaz, delicado dibujante y ferviente defensor del patrimonio Marià Ribas.
El hecho está bien, y yo mismo siempre he sido partidario de reconocimientos de este tipo cuando lo cosa se lo vale. Es loable y positivo que una ciudad o un país reconozcan las personas y colectivos que han destacado en la suyas actividades o que han aportado mucho a la sociedad, al bien común. De todas maneras, hay que tener cuidado. No se puede generalizar ni carecer de rigor. Entonces pierden sentido y se banalizan.
Hay méritos personales o de grupo que son indiscutibles, más allá del papel que han jugado las entidades de larga duración, que los ha tocado vivir épocas diversas y contradictorias. También hay quién que busca honores y hace bandera de sus propios méritos. Y todavía hay quien -quizás con más méritos- por modestia o por mal olor los ha rehuido. Conozco ejemplos de todos los casos.