Todavía no acabo de creerme la cantidad de bravos y la desmesurada ovación de sábado anochecer. Me cuesta de asimilar. Quiero suponer que fue espontánea y no generada por la típica grazna que acompaña siempre a determinados/ades divos/se de la profesión y que mantiene su vigencia más bien en espectáculos operísticos que en teatrales. Quiero suponer aun así que el elenco fue escogido a conciencia -buena, está claro- y no con una cierta mala fe para hacer destacar más todavía a quien ya destaca por si mismo y por su altura...
Tengo que reconocer que en Pozo no es santo de mi devoción, pero los momentos más creíbles -pocos, muy pocos- de la obra brotaron de él. La segunda -y detrás- en el ranking de credibilidad fue Marta Angelat, con poquíssims minutos de verdad ubicados concretamente en medio de su monólogo posterior a la doble -se podían haber ahorrado una- lectura de la carta. Todo el resto fueron truenos. Truenos y relámpagos. Una tormenta de gritos que duró más de la cuenta y no descargó ni una gotita de emoción de la buena sobre el espectador (quizás tendría que hablar por mí, que no llamé ningún bravo y sólo aplaudí el estrictamente necesario por cortesía). Una mano de situaciones difíciles de creer en vista de la gran distancia que había entre el qué decían los personajes y lo qué sentían. Casi todo era falso y vacío, no dejando opción ni siquiera para aplicar el concepto de verossimilitud. Muy triste.
Un amigo que sólo sabía hablar llamando, sobreactuat. Un hijo que estaba continuamente en tensión, histérico, y que cuando combinaba el grito con aquel tipo de llanto costaba de seguir; que entraba a escena diciendo que había visto marchar su madre con el coche y sorprendentemente no paraba de buscarla por la casa. Una mujer que decía que estaba destrozada y mantenía la misma linealitat e indiferencia ante estímulos trascendentees; que no transitaba por las emociones que le tendrían que provocar las réplicas del marido y que sólo lo demostraba rompiendo cosas porque se había marcado así; que cuando tenía que llorar no sabía y cuando tenía que llamar era ridícula y tan pronto lo hacía y en el momento volvía a estar igual, como si estuviera poniendo voz a cualquier anuncio de la tele. Un marido que se nos presentó como alguien que tenía pérdidas de memoria y después del primero oscuro se convirtió en el personaje más lúcido de la historia; que se quedó parado cuando el hijo lo va morrejar por sorpresa pero fue él, incongruentemente, quien se lo volvió a amorrar cuando se separaron accidentalmente por problemas de altura, porque tenían que esperar que el amigo -que hacía rato que era dentro, que ya habían visto, pero tenían que hacer ver que no veían- los diera la réplica; que cuando tuvo delante la cabra no fue capaz de hacernos creer que era algo más que un muñeco... porque posiblemente él tampoco se lo creía a pesar de sus palabras...
Una lástima. Nos vendieron la moto con un envoltorio escenográfico de sala grande que tenía mucho que ver con la vida de los personajes y era perfecto por el final patético de tragedia griega pero que sirvió, en este caso, para distraer la atención del que realmente interesaba: la interpretación y el texto. Una interpretación que no estuvo a la altura de un texto bastante interesante, con buenas reflexiones, que hubiera funcionado mejor con otra opción de dirección, en sala pequeña, con menos volúmenes y más graves, y quizás con otros actores que hubieran sido dispuestos a sentir más adentro el que decían sus personajes.
La cabra o Quién es Sylvia?, de Edward Albee por Josep Maria Pozo. Teatro Monumental de Mataró Sábado, día 25. 22h. Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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