Recientemente reflexionábamos sobre el papel de la universidad en la formación para la innovación.
La transformación necesaria para incorporar la inquietud innovadora entre los objetivos de la formación obliga a aprender a todo el mundo, educadores y alumnos y en los centros educativos que tienen que rehacer instalaciones, equipos y recursos por el nuevo modelo: informática en las aulas y no aula de informática, variedades de equipos, diversidad y organización del profesorado y de los tiempos o la configuración de las aulas y las asignaciones de los horarios. Y sobre estos aspectos incidían en un anterior artículo.
Ahora bien, más allá de los medios, de las instalaciones, de los recursos, de los métodos, que son elementos necesarios, hay un factor determinante, en mi opinión, para afrontar los cambios: la actitud. Una actitud constructiva creo que tiene que contar al menos con una parte de inquietud, de desazón por la investigación de nuevas cosas, de la mejora, del más allá y otro parto de espíritu crítico ante los hechos, de las teorías y de los principios establecidos.
Hay un aforismo que dice no se pueden descubrir nuevos océanos si no se pierde de vista la playa. Ser osado, tomar riesgos, esta es la cuestión. Jorge Bucay, en uno de sus condes explica la historia de un hijo a quien el padre alienta a volar, subir a una montaña y tirarse al vacío, extendiendo sus alas. El hijo desconfía y consulta amigos y otros que más porucs le aconsejan que empiece haciendo el experimento desde un árbol. Cuando vuelve a casa con una gran chapuza a la cabeza, fruto de la caída, el padre lo recrimina y le dice que para poder volar hace falta espacio libre porque las alas se puedan desplegar. Más espacio, más levantada, más perspectiva, este es el componente de inquietud al que me refería al hablar de la actitud necesaria.
He sido releyendo estos días un libro de un economista reconocido, John Galbraith del cual se ha dicho que era su testamento intelectual. El autor, crítico con muchos aspectos de nuestro sistema económico, sostiene que la economía, los sistemas económicos y políticos crean su propia explicación de la realidad respondiendo a presiones pecuniarias y a modas con el resultado final que la versión dominante no coincida verdaderamente con la realidad. Y dice: la mayoría cree en aquello que le conviene creer. Galbraith lo denomina la economía del fraude inocente, porque sostiene que no hay en realidad conciencia de cómo se han formado estas opiniones que se transmiten.
Como mínimo, la afirmación anterior nos invita a la reflexión a aquellos que nos dedicamos al estudio y a la enseñanza de la economía y obviamente a los mismos estudiantes, especialmente viniendo de alguien con la experiencia y solvencia de en John Galbraith. Y es aquí donde se reclama el segundo componente de la actitud, el espíritu crítico ante todo el proceso de aprendizaje.
Y la reflexión de todos estos aspectos y como trabajar para mejorarlos desde nuestro ámbito son tareas prioritarias, más cuando continúan saliendo más y más datos alrededor de la carencia de cultura innovadora y emprendedora de los empresarios y de la sociedad española, según AFI[1].
La situación de nuestros universitarios al respecto de las actitudes no invita al optimismo, si son realistas. Se bastante frecuente a los fors universitarios sentir la preocupación compartida sobre la aversión al riesgo, o la falta de espíritu de esfuerzo de los estudiantes. Un artículo a Cinco Días de primeros de diciembre recogía la opinión de unos grupo de responsables de recursos humanos universitarios y de empresa en un reciente encuentro. Coincidían al afirmar que los estudiantes universitarios de ahora están mejor formados pero también más acomodados. Se los cuesta tomar riesgos. Es fuerza habitual, por ejemplo, que un estudiante no acepte una práctica muy interesante porque no pagan suficiente o porque hay que salir de casa, que le haga pereza marchar a estudiar en el extranjero un trimestre. Y todo esto es bastante preocupando cuando precisamente si por algo es caracteriza la empresa y los mercados en los que tendrán que sobrevivir los nuevos profesionales es por el riesgo y la incertidumbre. Inmovilismo y atonía son sinónimos de muerte económica.
Así pues, mucho trabajo por adelantado. El mercado laboral nos pide gente con ganas y motivada y es evidente que estos atributos son factores decisivos en el empleabilitat individual y en la competitividad colectiva. No son nosotros ni los únicos responsables ni los únicos a pensar en nuevas formas y en nuevas políticas pero el que es seguro es que desde la universidad asumimos el reto, como una oportunidad para mejorar y contribuir al objetivo social. Y estamos trabajando.
[1] Analistas Financieros Internacionales (2005). "Innovación y capacidad para emprender: diagnóstico de la situación en España y líneas de acción". Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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La transformación necesaria para incorporar la inquietud innovadora entre los objetivos de la formación obliga a aprender a todo el mundo, educadores y alumnos y en los centros educativos que tienen que rehacer instalaciones, equipos y recursos por el nuevo modelo: informática en las aulas y no aula de informática, variedades de equipos, diversidad y organización del profesorado y de los tiempos o la configuración de las aulas y las asignaciones de los horarios. Y sobre estos aspectos incidían en un anterior artículo.
Ahora bien, más allá de los medios, de las instalaciones, de los recursos, de los métodos, que son elementos necesarios, hay un factor determinante, en mi opinión, para afrontar los cambios: la actitud. Una actitud constructiva creo que tiene que contar al menos con una parte de inquietud, de desazón por la investigación de nuevas cosas, de la mejora, del más allá y otro parto de espíritu crítico ante los hechos, de las teorías y de los principios establecidos.
Hay un aforismo que dice no se pueden descubrir nuevos océanos si no se pierde de vista la playa. Ser osado, tomar riesgos, esta es la cuestión. Jorge Bucay, en uno de sus condes explica la historia de un hijo a quien el padre alienta a volar, subir a una montaña y tirarse al vacío, extendiendo sus alas. El hijo desconfía y consulta amigos y otros que más porucs le aconsejan que empiece haciendo el experimento desde un árbol. Cuando vuelve a casa con una gran chapuza a la cabeza, fruto de la caída, el padre lo recrimina y le dice que para poder volar hace falta espacio libre porque las alas se puedan desplegar. Más espacio, más levantada, más perspectiva, este es el componente de inquietud al que me refería al hablar de la actitud necesaria.
He sido releyendo estos días un libro de un economista reconocido, John Galbraith del cual se ha dicho que era su testamento intelectual. El autor, crítico con muchos aspectos de nuestro sistema económico, sostiene que la economía, los sistemas económicos y políticos crean su propia explicación de la realidad respondiendo a presiones pecuniarias y a modas con el resultado final que la versión dominante no coincida verdaderamente con la realidad. Y dice: la mayoría cree en aquello que le conviene creer. Galbraith lo denomina la economía del fraude inocente, porque sostiene que no hay en realidad conciencia de cómo se han formado estas opiniones que se transmiten.
Como mínimo, la afirmación anterior nos invita a la reflexión a aquellos que nos dedicamos al estudio y a la enseñanza de la economía y obviamente a los mismos estudiantes, especialmente viniendo de alguien con la experiencia y solvencia de en John Galbraith. Y es aquí donde se reclama el segundo componente de la actitud, el espíritu crítico ante todo el proceso de aprendizaje.
Y la reflexión de todos estos aspectos y como trabajar para mejorarlos desde nuestro ámbito son tareas prioritarias, más cuando continúan saliendo más y más datos alrededor de la carencia de cultura innovadora y emprendedora de los empresarios y de la sociedad española, según AFI[1].
La situación de nuestros universitarios al respecto de las actitudes no invita al optimismo, si son realistas. Se bastante frecuente a los fors universitarios sentir la preocupación compartida sobre la aversión al riesgo, o la falta de espíritu de esfuerzo de los estudiantes. Un artículo a Cinco Días de primeros de diciembre recogía la opinión de unos grupo de responsables de recursos humanos universitarios y de empresa en un reciente encuentro. Coincidían al afirmar que los estudiantes universitarios de ahora están mejor formados pero también más acomodados. Se los cuesta tomar riesgos. Es fuerza habitual, por ejemplo, que un estudiante no acepte una práctica muy interesante porque no pagan suficiente o porque hay que salir de casa, que le haga pereza marchar a estudiar en el extranjero un trimestre. Y todo esto es bastante preocupando cuando precisamente si por algo es caracteriza la empresa y los mercados en los que tendrán que sobrevivir los nuevos profesionales es por el riesgo y la incertidumbre. Inmovilismo y atonía son sinónimos de muerte económica.
Así pues, mucho trabajo por adelantado. El mercado laboral nos pide gente con ganas y motivada y es evidente que estos atributos son factores decisivos en el empleabilitat individual y en la competitividad colectiva. No son nosotros ni los únicos responsables ni los únicos a pensar en nuevas formas y en nuevas políticas pero el que es seguro es que desde la universidad asumimos el reto, como una oportunidad para mejorar y contribuir al objetivo social. Y estamos trabajando.
[1] Analistas Financieros Internacionales (2005). "Innovación y capacidad para emprender: diagnóstico de la situación en España y líneas de acción". Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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