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Proclamación de la República a la Casa Grande de la ciudad. Algunos ciudadanos lanzan un busto d’Alfons XIII.

Maria Coll

L’esperanza de la República

Testigos vivos de la época recuerdan la alegría que supuso la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, ahora hace 75 años

Centenares de ciudadanos reunir espontáneamente ante la casa consistorial festejaban, por la tarde del 14 de abril de 1931, la reciente proclamación de la II República Española. Unas horas antes, un mataroní que trabajaba en Barcelona había esparcido la noticia del cambio de régimen justo bajar de un tren que avanzaba completamente vacío. En Barcelona todos los comercios e industrias habían bajado la persiana, igual que sucedería en Mataró unas horas más tarde.

Enseguida los nuevos regidores, ganadores de las elecciones municipales celebradas unos días antes, quisieron hablar en el pueblo. Algunos de los asistentes todavía recuerdan algunos de los parlamentos, como el que efectuó uno de los nuevos ediles republicanos, el comerciante de algodón Francesc Rosetti, anunciante: "El rey ha entregado el poder al cojo de en Romanones". La frase que causó sensación puesto que el regidor mataroní también cojeaba, igual que el presidente del último gobierno monárquico. Enseguida la bandera republicana ondeó en el Ayuntamiento y muchos edifics públicos van desempallegar-se de los símbolos borbónicos. «En la escuela de los escolapios –una de las congregaciones más liberales de la ciudad– había una imagen del rey, pero enseguida desapareció», recuerda Rafael Soler. Incluso aquellos que tenían apellidos alusivos a la corona aquella tarde ya buscaban alternativas. Un transportista de Argentona llamado Rey, por ejemplo, a partir de aquel día se hacía decir Presidente.

La mayoría de ciudadanos mostraban euforia por la fuga de Alfons XIII. «Después de tantos años de dictadura muchos creían que la República era una liberación, una fase de tranquilidad y alegría», asegura Guillermina Peiró, hija del sindicalista Joan Peiró. De hecho, muchos ciudadanos, más allá de los que tenían una ideología estrictamente republicana, aspiraban a un cambio de sistema político. «Aquel día todo el mundo iba a la plaza del Ayuntamiento: trabajadores, intelectuales y empresarios», añade la hija de quien más tarde fue ministro republicano. Incluso se rumorejava que algunos religiosos, aquellos que unos años después se convertirían en las principales víctimas de la represión a la retaguardia, también habían dado su voto a los republicanos, en este caso cautivados por la novedad del sistema. «El 1936, cuando incendiaron Santa Anna, uno todavía decía: «Esto los pasa por haber votado la República», explica Soler.

A pesar de todo... malos augurios
Pero en medio de la euforia, la alegría por el cambio y la apertura de un camino lleno de esperanza también había ciudadanos que aquel mes de abril ya auguraban un final trágico. «La ciudad estaba dividida en dos bandos: los contentos por el final de una monarquía atrasada y aquellos que temían una revolución», sintetiza Rafael Soler.

De hecho, la esperanza republicana no tardó a deshincharse. «Entonces, los trabajadores, los militares, los propietarios..., todo el mundo quería que la República le solucionara los problemas, pero esta llegaba en plena crisis económica», explica Ramon Casas.

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