Clint Eastwood aprovecha la que probablemente será su última aparición en la gran pantalla, como protagonista de su propia película Grande Torino, para hacer una síntesis de su trayectoria y redimir los personajes sin moral que lo han acompañado en estas décadas dedicadas a la interpretación. Grande Torino puede parece pequeña junto a títulos capitales como Sin Perdón, Mistyc River o el díptico configurado por Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, pero dista mucho ser una película sencilla: cómo en sus últimas obras, Eastwood aborda cuestiones que, fuerza incómodas, el cineasta sabe abordar con gran lucidez y resolver con extraordinaria elegancia. En el caso concreto de Grande Torino, los conflictos que surgen en una población del middle west, donde las costumbres tradicionales van perdiendo terreno inexorablemente a medida que la inmigración aquí oriental- va ocupando los barrios. De trasfondo, la progresiva pérdida de valores de la sociedad, la familia, la violencia, el esfuerzo, el respeto, la fe y, como no podía de ser otra manera, el perdón y la redención, son los temas que puntegen una película serena e irónica, muy alejada del que ha sido la filmografía de este llevar de Hollywood.
El personaje de Eastwood, este Kowalski que sintetiza en un gruñón octogenario los peores defectos de Harry el Sucio, el sargent de hierro y una larga galería de cowboys, vive anclado un pasado que representa su Grande Torino, el coche que simbólicamente también está en el origen de la trama. Armas en mano, Kowalski sale a defender el territorio que considera propio y le acaba salvo la vida al joven asiático que le intenta robar el vehículo y con el cual establecerá una curiosa relación de maestro-pupilo que se puede entender también, porque no, como el paso de una forma de vida a la aceptación de una nueva realidad en un mundo donde las fronteras se difuminan. Los vecinos de etnia hmong, con su exótica espiritualidad, se acaban convirtiendo en la familia auténtica de Kowalski, mientras sus hijos biológicos, que representan también el materialismo más rancio, se vuelven cada vez más y más extraños. Este excombatent de Corea, marcado por los crímenes cometidos durante la guerra, solo y enfermo, hará de la ma de estos orientales el necesario camino hacia el perdón y la redención, que culmina en un fascinante y desmitificador duelo final que cierra la historia de esta película y en el cual perdona los pecados de todos los dudosos personajes a los cuales Eastwood a cedido su presencia y su voz, y que quedan ahora definitivamente enterrados.
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