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Francesc Masriera

La sensibilidad perdida

Hace mucho tiempo que, lenta pero inexorablemente, las ciudades de nuestro país van perdiendo su personalidad. reflexiono a raíz de la lectura de un artículo de Pilar Rahola a La Vanguardia con motivo del escombro, a manso del Ayuntamiento de Barcelona, de la casa del científico Josep Comas y Solà, Villa Urània, construida en 1868. En el artículo, Rahola escribe que "poco a poco, Barcelona va destruyendo su personalidad y se convierte en un magma moderno, donde delgada el vidrio, el cemento y el pragmatismo". Sin duda, esta descripción sería absolutamente válida para la gran mayoría de nuestras ciudades, también Mataró. Ben al contrario del que pasa en Francia -donde todo el mundo está orgulloso de preservar, cuidar y mostrar las ciudades históricas y el patrimonio histórico y arquitectónico acumulado a lo largo de los siglos- la sociedad catalana ha perdido, con políticos y arquitectos al frente, la capacidad de percibir la belleza de las viejas ciudades. Evidentemente, deben de haber tantas excepciones como se quiera, pero no son, ni mucho menos, la tónica dominante. A buen seguro que la posibilidad de ganar mucho dinero de manera rápida gracias al totxo ha alimentado nuestra voracidad en detrimento de nuestra sensibilidad.

Cómo decía, Mataró es un buen ejemplo. Cuántas calles del centro histórico y el ensanche no han visto, a pesar de la existencia de un plan especial de protección del Patrimonio Arquitectónico y Ambiental, como se destruía su imagen por culpa de la especulación? Dónde han ido a parar tantas y tantas casas de cós? Cuántas veces ha primate el interés particular por encima del bien general? Contemplar detenidamente las fachadas de nuestras calles, incluso las de aquellos que están protegidos ambientalmente, es motivo constante de disgusto y decepción. Hemos sido tanto obsesionados al ganar dinero con la edificación que nos hemos olvidado de la estética, la armonía y el buen gusto.

Hace unos años, el escritor y periodista Lluís Permanyer publicó un libro, intitulado La Barcelona fea, en el que denunciaba, mediante fotografías y comentarios, los disparates constructivos y urbanísticos que se han hecho en la capital de nuestro país. En mi opinión, se olvidó de incluir las desgracias que han perpetrado a lo largo de los años sus amigos socialistas en el gobierno, pero, dejando de banda esta cuestión, el libro, y sobre todo la idea, me parece excel•lento. Cómo me gustaría que alguien que tuviera la sensibilidad del Sr. Permanyer -desgraciadamente yo no tengo la capacidad para hacerlo- escribiera algún día La Mataró fea. A pesar de que - estoy convencido- no serviría para volvernos la sensibilidad perdida, quizás nos ayudaría, ahora que sortosament la especulación parece haberse acabado, a no repetir algunos de los muchos disparates que hemos cometido durante tantos años.

Acabo citando nuevamente a la Sra. Rahola: "Qué servicio se hace en un barrio, cuando se destruye su patrimonio? En cualquier caso, pobre Josep Comas, que cedió la casa en su estimada ciudad pensante que la protegería. ¡Triste homenaje para este generoso sabio!".