Las personas de origen migrante a menudo nos encontramos atrapadas entre dos discursos que nos sitúan en medio sin escucharnos: uno que nos ve como una amenaza para el catalán, y otro que solo se interesa por nosotros en la medida en que podamos ser hablantes. Ya es hora de que nuestra voz forme parte de un debate que nos afecta directamente.
En los últimos tiempos, está en auge el discurso que atribuye la pérdida de uso social del catalán a la inmigración. Nos preguntamos si realmente existe preocupación por la lengua o si lo que hay es un rechazo disfrazado hacia la inmigración.
Este discurso ignora o finge ignorar el largo proceso de minorización que arrastra el catalán y que se remonta a mucho antes de la llegada de la inmigración que se señala. ¿O se pretende que quienes llegan últimos asuman la responsabilidad y la salvación?
Consideramos que es injusto además de erróneo. Más aún teniendo en cuenta el trato desigual que recibe la inmigración llamada extranjera, establecido por ley. En 1985 se aprueba la primera Ley de Extranjería, destinada a las personas provenientes de fuera del Estado español, que dibujará una frontera entre poblaciones y decidirá quién es ciudadano/a de pleno derecho y quién no. Esto ha supuesto y supone muchas barreras en el acceso a derechos básicos. En una situación así, hay que entender que la supervivencia, con la lengua que sea, se convierte en el primer objetivo de la persona que emigra. El debate sobre lengua e inmigración no puede hacerse sin perspectiva histórica ni tampoco sin tomar en cuenta los ejes que intervienen y atraviesan la vida de las personas de origen migrante, especialmente la situación administrativa y la clase social.
¿Eso significa que no tenemos la obligación de aprender el catalán y hablarlo? No, en absoluto. Significa que, para hacerlo, hay todo un camino por recorrer, muchos obstáculos que derribar y mucha paciencia y comprensión necesarias. Y ya que hablamos de la supuesta amenaza que representa la inmigración para el catalán, no está de más recordar que, según la encuesta 2023 de usos lingüísticos de la población, 2.036.200 personas que no conocen el catalán quieren aprenderlo. Ese dato desmonta por sí solo la teoría de la amenaza. Por tanto, en lugar de hablar de rechazo hacia el catalán, es mejor hablar de falta de recursos para estudiarlo, de diversificación de horarios, de metodologías y materiales adaptados y de muchos impedimentos vinculados a desigualdades sociales generadas por el racismo institucional y alimentadas por el racismo social y los discursos de odio.
Junto al relato de la amenaza, hay otro que presenta el catalán como herramienta de cohesión social. Lo cual, en sí mismo, no tiene nada de malo. Ojalá el uso común del catalán garantizara la cohesión social. Pero lamentablemente no es el caso. Desde la transición democrática, Cataluña ha apostado claramente por el catalán como lengua de cohesión e igualdad. Sin embargo, sin financiación suficiente ni políticas reales de equidad, ese modelo ha dejado a demasiada gente fuera. Por tanto, tampoco queremos que la defensa del catalán haga creer que todo está resuelto y que el racismo institucional y social ya no nos oprime.
Hablar la misma lengua no fue, ni será, garantía de igualdad de oportunidades, porque ante la ley y ante una mirada social atravesada por el racismo, una persona de origen migrante y una persona autóctona no son iguales. En la práctica, una persona migrante catalanohablante puede sufrir racismo, discriminación laboral o residencial, o la negación del derecho a voto, entre otros. Una persona autóctona, aunque sea castellanohablante, no. Ambas pueden hablar catalán perfectamente, pero solo una disfruta de ciudadanía plena. Sin embargo, las personas migradas contribuyen esencialmente a la sociedad catalana en términos de crecimiento demográfico, cubren trabajos indispensables, pagan impuestos, ayudan a sostener el sistema de bienestar y hablan catalán.
La cohesión social, basada en el sentimiento de pertenencia, la solidaridad y la confianza, no puede construirse solo sobre la lengua: necesita justicia, derechos y reconocimiento. Esto no significa que el catalán no sea esencial. Al contrario: la lengua puede y debe seguir siendo una herramienta de convivencia e inclusión, pero no puede cargar sola con el peso de una sociedad desigual. Cuando el aprendizaje y uso del catalán están atravesados por la precariedad, el racismo o el miedo a perder el estatus legal, la lengua deja de ser una oportunidad.
Cincuenta años después de aquel pacto que convirtió la lengua en símbolo de convivencia, toca ampliar su significado. El catalán no puede ser solo un instrumento de cohesión, sino también una herramienta de reconocimiento y corresponsabilidad.
Las firmantes de este artículo somos testimonio de ello. Una llegó a Cataluña hace casi cincuenta años y la otra hace veintidós. Esta tierra se ha convertido en nuestro hogar. Hablamos catalán, en paralelo con nuestras lenguas maternas —el darija y el amazigh—, lo amamos y defendemos su uso. Somos muchas las personas que hemos aprendido, hablado y transmitido el catalán con afecto. La identidad catalana también se ha construido con nosotras. Sentir que “el catalán está en peligro por culpa de la inmigración” es negar nuestra historia y nuestra aportación.
Conclusión
Es fácil señalar a las personas de origen migrante, que deben lidiar con muchos frentes de lucha, incluida la lengua de uso. Así no hará falta arremangarse para salvar la lengua. Con atacar a la inmigración bastaría. Y eso, además de hacer un flaco favor al catalán, alimenta aún más la división ya existente entre ciudadanía de primera y ciudadanía de segunda, que es la verdadera amenaza para la convivencia y la cohesión social. Por ello, la promoción del catalán debe ir de la mano de un compromiso firme con los derechos humanos y la igualdad real. Pertenecer plenamente a un país no es solo hablar su lengua, sino sentirse aceptado y reconocido social, política y jurídicamente.
Defendemos el catalán porque es la lengua propia del país y porque, si no lo defendemos, se perderá. Así de sencillo. Para salvarlo, las estrategias no pasan por atacar al último que llega, sino por buscar su complicidad desde el reconocimiento mutuo.
El catalán y la inmigración no son realidades opuestas, sino partes de una misma historia colectiva. Las personas de origen migrante somos una fuerza viva que ha contribuido a mantener y renovar el catalán, y lo seguirá haciendo. Somos parte de esta tierra, y cuando la sociedad catalana nos ve y nos reconoce plenamente, el catalán gana nuevos espacios y nuevos significados.
Asmaa Aouattah y Soraya el Farhi Afaki