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Ramon Reixach

Los administradores imprudentes (y la crisis económica)

Se ha dicho centenares a veces, muchos bancos compraron activos financieros que no comprendían, estos famosos productos que incorporaban hipotecas subprime empaquetadas. Unos activos que recuerdan aquellos antiguos bacs de pastelería, mezcla a buen precio de todo el que sobraba del día anterior, y dónde ya no era posible identificar los componentes.

Qué suplía la falta de comprensión por parte de los altos directivos bancarios que autorizaban la compra de estos productos?
(1) La conciencia que al final había una garantía hipotecaria que no perdía valor, es decir una vivienda, a embargar si no se volvía el crédito, que permitiría recuperar sin riesgo el que se había dejado;
(2) la confirmación de esta suposición gracias a los estudios de las agencias/emprendidas de rating o evaluación del riesgo de los productos financieros que llegaban a la misma conclusión;
(3) el atractivo de un interés superior en el mundo de la renta fija, por el riesgo que asumía. Sensación de riesgo que se neutralizaba con la suma de los dos factores mencionados y más...
(4) el hecho que la competencia, los otros bancos, también hacían estas operaciones. Si los otros, y los grandes, lo hacen, por algo será? Con estas percepciones se fue forjando el “sentir común” sobre el cual se apoyaban las decisiones: “el totxo no baja nunca”. Todas las confianzas de este edificio financiero apoyaban en uno este único fundamento.

En España ha pasado el mismo, los bancos dieron crédito basándose en el mismo “sentir común” con una alegría que ahora se arrepienten: los precios del pisos no bajan nunca. Usted tendrá más riqueza, hará un inversión, nosotros tendremos una garantía solvente puesto que nunca perderá valor. Análogamente a las empresas de rating, de evaluación del riesgo de los productos financieros, las agencias de tasación de pisos basaban sus estudios en el mismo convencimiento, en el mismo “sentir común” elevado a criterio de verdad. Todo un hechizo basado en la sugestión y la autosuggestió.

La pregunta que hay que hacerse es si este criterio de verdad es racional. Si todo precio es fruto de la oferta y la demanda por qué siete sueldos esto no afecto a un producto llamada vivienda. Directores financieros y agentes de evaluación de riesgos y de tasación con carreras y másteres y sin ellos, es decir gente que sabe que la ley de la oferta y la demanda es “impepinable”, se olvidaron de este razonamiento y adoptaron el criterio del “sentir común” para tomar decisiones. “El totxo no baja nunca”, recuerden. No hay que ser un nobel de Economía para saber que los precios bajan si la oferta sube (y permanece por décadas como en el caso de los pisos) y la demanda cae (por que la demografía baja por el fin de la llegada a edad núbil de la generación del baby boom de los setenta y el fin de la entrada masiva de inmigrantes). Por qué razón metafísica este mecanismo no tenía que operar en el sector de la vivienda? Después de un fenómeno especulativo, las fuerzas y razones del mercado aparecen en toda su simplicidad y terquedad.

Que hubieran directivos financieros que daban su autorización porque sus bancos compraran estos productos con subprimes, o que se dieran hipotecas, en el caso español, al primero que pasaba, basándose en el sentir común que todo quedaba asegurado por el “lo totxo no baja nunca”, es un problema de prudencia o de falta de regulación del sector bancario por parte del sector público? Un sector ideológico, mucho grandiloqüent cuando habla, cruz en el segundo motivo. Son los idolatradors del Estado que satanizan el mercado. Los que todavía no han entendido porque el socialismo soviético fracasó. Por ellos el pollo.

A estos hay que preguntar, cuando dan consejo en los EE.UU. que es necesario la intervención pública en los mercados financieros, por qué no intervinieron para evitar la burbuja inmobiliaria en España? Por qué, siendo la vivienda un bien de primera necesidad que la Constitución reconoce como un derecho, se ha dejado al libre mercado más desregulado? Estos políticos actuaban como los administradores imprudentes del sector bancario. Se argumentaba: si la gente sencilla se encadena a una hipoteca por más de tres o más décadas no es grave, invierten en un bien que siempre mantendrá el valor y que se puede hacer líquido en el mercado secundario con facilidad y, casi siempre con ganancia. Que se hipotequen y, de paso, llenamos la caja de las administraciones locales. Por qué intervenir?

El pánico en el sector bancario nace por los errores cometidos en la evaluación de la solvencia de los activos financieros en que se ha invertido el dinero (que, como todo el mundo sabe, los ahorrativos han confiado custodia en los bancos). Nada más y nada menos que el primero y más principal motivo que justifica el trabajo y la existencia de los bancos. Poca broma. Por los errores en la valoración y en la evolución del mercado, en el caso de las agencias de rating y de tasación. El bello medio del trabajo típico y propia de estas empresas. Y esto vale por Wall Street, la City de Londres o España. Operaciones analizadas y tratadas como de lava de fija se ha despertado variables después de la sugestión que, en la vivienda, los precios no se fijan como el del la botella de aceite del super, es decir por juego de la oferta y la demanda.

Recuperar la tranquilidad pasa por la reevaluación de la solvencia de los créditos hipotecarios y la dotación de las provisiones por depreciación oportunas por medio del contraste del precios supuestos con los precios reales del mercado. Un trabajo pesado y dramático, equiparable al que se hace con las dotaciones por depreciación de las acciones que se mantienen en el activo de un balance. Mas medidas de prudencia contable se tendrán que poner en marcha, entre otros. Quizás no refundarán el capitalismo pero, con menos glamour que las palabras grandiloqüents, devolverán poco a poco la confianza. Habrá que pasar del sentir común al sentido común.

Pero, a los administradores imprudentes privados y públicos que los pasará? Qué pasará con los agentes de rating y de tasación que lo evaluaban todo con un exceso de optimismo? A los primeros los tendrían que repasar los accionistas a las juntas generales. A los segundos, las elecciones. Por que la depuración de responsabilidades de los altos dirigentes privados y públicos sea justa y eficiente hace falta información y el regreso a la prudencia, la cordura y la valentía (valores que no dependen de la oferta y la demanda). El corporativismo tranversal que vincula entre muchos altos cargos directivos entre sí, como un tipo de nueva casta aristocrática, por el sector privado, y la partitocràcia, en cuanto al sector público, ofrecerán resistencia a la transparencia informativa.

Buscar, forjar, encontrar administradores prudentes es trabajo de los accionistas. El mismo, en cuanto a los administradores públicos, es tarea de los ciudadanos y, en España, de una reforma del régimen electoral que debilite la partitocràcia, el camino más urgente a recorrer para fortalecer nuestra democracia. Pongan a prueba la siguiente prueba “del algodón”: los que más aversión tienen a debilitar la partitocràcia son los que más viven. En cuanto al sector privado, los que más aversión tienen a someter los altos directivos a un mayor control y seguimiento por parte de sus accionistas, que a la cabeza y el fino sueño sus electores, son los que más tienen a esconder. Una serie de opacidades en la información sobre la gestión privada y pública de los altos dirigentes que hay que corregir con una mayor transparencia en el interior del mundo de la gran empresa y, en el sector público, entre los electos y los electores. Los medios generales y especializados también tienen aquí un papel fundamental. El lema “un error colectivo es mejor que un acierto individual” es incompatible con los salarios altos, públicos y privados de los altos administradores. Cómo lo es una Economía y una Política al servicio del Bien común que cree que no es de su ámbito la cordura y la prudencia que se supone a un buen pare/madre de familia. Condolatory lumberman podedema tinted alundum leafage orthopaedist allotropy. Diversely mones