Nada de 'Tarragona me espeluzna', ni 'Anochecer', ni 'Se ha acabado'. Ni siquiera el 'Buen día' sonó. Pero la lista de 'hits' de los Pedos es tan larga que nadie echó de menos estas ni otras muchas canciones que no tienen su espacio en esta gira de teatros, y que sirve de celebración de los 25 años de la banda. El trío de Constantí, con unos acompañantes de lujo y cada vez más implicados en el grupo, Joan-Pau Chaves a los teclados y al piano de cola, y David Muñoz a la guitarra, tienen bastante para hacer un concierto redondo con un repertorio basado casi exclusivamente en sus tres últimos trabajos. Unos discos de madurez que poco tienen que ver con los de sus inicios, con unas letras y unos arreglos redondos, y con un sonido muy definido a partir de las melodías compuestas, mayoritariamente, por Lluís Gavaldà. Los Pedos ofrecieron este pasado viernes, en el marco del 6è Ciclo de Músicas Tranquilas, el que a buen seguro ha sido su mejor concierto en Mataró, donde no actuaban desde septiembre de 2005.
A la platea del teatro Monumental, caras cubiertas de grandes junto a caparazones llenos de canas y entradas. Pocos conciertos se pueden ver hoy en día con un público de edades tan variadas, y padres que incluso se atrevieron a traer los hijos que apenas hacen las primeras pasas. Al escenario, una decoración sencilla, con aviones de papel colgante del techo, y un Gavaldà luciendo gorro elegante pero con unos pantalones horribles. Las primeras notas fueron para 'La vida es bonita (pero complicada)', para a continuación ensartar ya las canciones de su último disco, 'Frágil', como 'Desde el asiento del lado', 'El pueblo bajo el sombrero de humo' (muy celebrada), o 'Para verte a tú'. Especialmente redondas los quedaron dos canciones más antiguas, 'A veces el mundo me da miedo' y 'Círculos viciosos', mientras que en la sentida balada 'Paños de cocina' el cantante se fundió entre el público. Precisamente esta conexión y proximidad con los asistentes fue una constante de las dos horas de concierto, con el momento culminante en la interpretación de 'Buenas noches', cuando una docena de espectadores acompañaron el grupo arriba el escenario. También las "huéspedas" de Arenys que participaron en la grabación del vídeoclip de la canción 'El que vale la pena de verdad', y que hicieron la coreografía de este tema, ya a la parte final del concierto.
Unos Pedos, pues, maduros no sólo en sus letras y músicas, sino también en el saber hacer en los directos – nunca se habían escuchado tan bien y tan trabajadas las segundas voces de la banda -, con un sonido nítido y alejado del que, a veces, presentan en algunos conciertos en espacios más grandes, y en que el único que se echó de menos fue algún momento de gloria para Joan Reig, la otra alma del grupo y que siempre se mantuvo en un segundo término detrás un biombo de vidrio.
A la platea del teatro Monumental, caras cubiertas de grandes junto a caparazones llenos de canas y entradas. Pocos conciertos se pueden ver hoy en día con un público de edades tan variadas, y padres que incluso se atrevieron a traer los hijos que apenas hacen las primeras pasas. Al escenario, una decoración sencilla, con aviones de papel colgante del techo, y un Gavaldà luciendo gorro elegante pero con unos pantalones horribles. Las primeras notas fueron para 'La vida es bonita (pero complicada)', para a continuación ensartar ya las canciones de su último disco, 'Frágil', como 'Desde el asiento del lado', 'El pueblo bajo el sombrero de humo' (muy celebrada), o 'Para verte a tú'. Especialmente redondas los quedaron dos canciones más antiguas, 'A veces el mundo me da miedo' y 'Círculos viciosos', mientras que en la sentida balada 'Paños de cocina' el cantante se fundió entre el público. Precisamente esta conexión y proximidad con los asistentes fue una constante de las dos horas de concierto, con el momento culminante en la interpretación de 'Buenas noches', cuando una docena de espectadores acompañaron el grupo arriba el escenario. También las "huéspedas" de Arenys que participaron en la grabación del vídeoclip de la canción 'El que vale la pena de verdad', y que hicieron la coreografía de este tema, ya a la parte final del concierto.
Unos Pedos, pues, maduros no sólo en sus letras y músicas, sino también en el saber hacer en los directos – nunca se habían escuchado tan bien y tan trabajadas las segundas voces de la banda -, con un sonido nítido y alejado del que, a veces, presentan en algunos conciertos en espacios más grandes, y en que el único que se echó de menos fue algún momento de gloria para Joan Reig, la otra alma del grupo y que siempre se mantuvo en un segundo término detrás un biombo de vidrio.