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Care Santos

Mar

Recibo la visita de un amigo argentino —escritor, arquitecto, un pelo tarambana— y, después del ceremonial de una comida y un rato de conversación, le propongo de ir a ver Mar adentro. Él no la ha visto, yo tampoco, y mi hombre se niega, de forma que es una buena oportunidad. Antes de ir hago deberes y leo un par de críticas sobre la película: hay quien no se corta a la hora de calificarla de obra maestra. Me hago grande, pienso, cada vez son menos las cosas, las personas, las situaciones que merecen la máxima calificación. Mi amigo argentino río con los pases previos anunciando películas españolas que sólo merecen aquel nombre rancio de espanyolades. Qué vergüenza, ver a Paz Vega en su atentado interpretativo número ene, o este tipo de exaltación fílmica de la tortilla de patatas y la camiseta de tirantes. En fin.

Llevamos media hora de película cuando el Gus, mi amigo, exclama: «Pero, esto se un dramazo!». Entonces empiezo a sospechar que no sabe nada, de la historia real que exuda bajo la historia de ficción. Le hablo de Ramón Sampedro. Cuando ve a Belén Rueda pregunta quién es: «Se linda», dice. Yo también encuentro lindo lo Bardem. Un homenàs. Pero estoy de acuerdo con el Gus cuando dice: «Y este Bardem, ya interpreta lo que le echen». Exacto. Está magnífico.

Cuando el Gus sabe que todo ello es idéntico al qué pasó de verdad, parece que la historia gane a sus ojos. Es curioso, este fenómeno: incluso los iniciados se lo miran de otro modo cuando aparece aquel letrero —siempre falso, siempre inexacto— de basado en hechos reales. Un golpe puesto en antecedentes, el Gus incluso empieza a reír. Se exclama, bajo bajito. Cuánto sale del cine me dice que le ha gustado muchísimo. Estamos de acuerdo en la poca fortuna del final. Los dos lo habríamos resuelto de otro modo. Yo, personalmente, pienso que el final es un resbalón de Amenábar, que seguramente de aquí a diez o quince años ya no cargará tanto las tintas. Sólo es cuestión de experiencia, de aprendizaje. Seguramente, de aquí debe de o quince años, Amenábar renegará del final de Mar adentro.

El día siguiente, viendo el telediario, topamos con el rostro de Amenábar. Mi amigo Gus se sorprende de ver que es tan joven. «Pero si se un niñito», dice. Le explico cuántos años tiene, exactamente: unos ocho menos que él. Parece muy impresionado, como si el hecho que el director fuera joven otorgara más mérito a la película. Pienso que hay muchos, como mi amigo Gus, pero a pesar de todo, Mar adentro es una gran película. Mucho del gusto de los yanquis, tan aficionados a la juventud, a las historias basadas en hechos reales, a los dramas y, como no —es en lo único que estoy de acuerdo con ellos— al macizo Javier Bardem. A ver si lo volvemos a ver con esmòquin, andando por la estera roja. Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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