Este mayo ha salido la sentencia que confirma que la construcción de dos macroprostíbuls en Mataró es lícita. El tira y afloja que ha habido durando tantos años entre el Ayuntamiento y el promotor de los burdeles muestra la complejidad de la cuestión de la prostitución y que no se ha llegado todavía a ninguna solución en el Reino de España. Muestra, a la vez, la hipocresía de la sociedad: nadie quiere un macroprostíbul junto a casa; parece paradójico, porque si se pretenden construir es precisamente porque hay demanda, porque muchos clientes -mejor dedo, muchos hombres- irían.
Hay quién ve claramente que para evitar situaciones así justamente el que hay que hacer es legalizar la prostitución, y así se trataría como un negocio como cualquier otro sin complicaciones, e incluso se argumenta desde posiciones aparentemente progresistas y comprensivas hacia la situación de la mujer bajo el principio de la libertad sexual. Pero no nos confundamos: libertad sexual, como el nombre indica, se refiere al sexo estrictamente, es decir, vivir libremente el placer y el deseo. Ahora bien, la prostitución no se refiere a esto, sino que más bien es una manera de ganarse la vida. Tiene más a ver, pues, con un contrato económico y, como todo contrate económico, es desigual. Así, el reglamentarisme, por lo tanto, no es sino, en realidad, liberalizar el mercado de la carne, lo cual siempre beneficia a quien hace uso, por lo tanto principalmente hombres.
Hay que apreciar, por eso, la relación de género existente, algo que ni el reglamentarisme ni tampoco un moralismo prohibicionista contemplan correctamente. El problema no es ni que la prostitución no es legal, ni que las putas son, justamente, unas putas. El problema es que un hombre compra una mujer y, al pagar, se sitúa en una posición de dominación; esto es inaceptable. Así, la legalización no es una medida de emancipación femenina sino, bien al contrario, como varios estudios sociológicos han demostrado, implica aumento de la industria sexual y de las mafias. Su legalización el único que traería es a una explotación sexual de las mujeres con el permiso del poder público: el hecho que la mujer haga alguna felación a un hombre sedent de sexo enriquece un tercero, aquel quien posee la mujer como objeto suyo para intercambio y beneficio propios.
En definitiva, la industria del sexo es aberrante y repercute negativamente sobre la mujer: la prostitución es una forma de violencia contra las mujeres, una forma en que el cuerpo femenino es objectificat en favor del beneficio privado. Esto quiere decir que hay que perseguir tanto las mafias que las explotan, como los hombres que compran sus servicios sexuales, y a la vez llevar a cabo extensas políticas de igualdad para abolir esta lacra.