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Un momento de la actuación de Khaled.

Vern Bueno

Noche de Magreb supremo en el Parque Central

Khaled, la principal estrella del Cruce, e Idir llenan el parque en una gran fiesta con muy público originario norteño de África

El puerto de Argel, la Plaza de Djemaa El-Fná de Marrakech, el Paseo Maritim de Tánger, los dos leones de Oran; ayer sábado día 8, el Parque Central vivió una noche poderosamente evocadora, que trasladó durante unas horas a las más de dos mil personas que se congregaron, magrebíes en su amplia mayoría, bien lejos de Mataró, a las tierras de más allá del Estrechado que un día tuvieron que dejar atrás. Un melangiós, aunque también festivo, viaje de regreso a casa, a caballo de la música de Khaled e Idir, protagonistas de la noche Maghreb Suprème programada por el festival Cruce de Culturas. Escenas muy parecidas a las vividas hacía una semana al mismo recinto en el concierto de Bersuit, con más de un millar de argentinos con banderas nacionales y camisetas albicelestes que, sin olvidarnos del elemento musical, eran allá por, al menos un día, poder decir “aquí estamos”.

“Me siento como casa” decía Ahmed, de 17 años, mientras miraba al suyo cercando. Este joven de origen marroquí se plantó en el Parque con cuatro amigos para bailar a ritmo de raï. Normalmente escucha la misma música que sus “amigos de aquí” (cómo dice él), principalmente hip hop y reggaeton , pero no quería perderse la oportunidad de ver a Khaled, un cantante que le “gusta muchísimo”. Recordaba su último concierto de música del Magreb a la ciudad, el de Nass Marrakech ahora hace dos años al Sarau. “Echo de menos más actuaciones como estas”, reclamaba.

No muy lejos corría en Hassan, nacido en Tánger y que trae trece años en Cataluña. Vive en Vilafranca del Penedès y se levanta cada mañana a las séis para ir a trabajar en Lleida. Estaba en Mataró para visitar su hermano y quería “aprovechar la oportunidad” para ver a Khaled. Le preguntábamos si sentía que aquella era una noche especial, al verse rodeado de tantos compatriotas. “Me es indiferente. Yo no establezco diferencias, todas las personas somos iguales” respondía, según antes de que Khaled, la gran estrella de esta segunda edición del Cruce, apareciera por fin al escenario cuando faltaban veinte minutos por las dos de la madrugada, en medio de un ambiente distendido y relajado que, lamentablemente, se vio un pelo truncado por algunos incidentes aislados, los únicos que ha vivido el Cruce. Un grupo de personas intentó entrar sin pagar al recinto y se enfrentó con los cuerpos de seguridad de la puerta de acceso al parque, con lanzamiento de piedras incluido.

Una gran jornada por el pueblo amazic
Esta larga noche dedicada a la música del Magreb la inició Nour, el nuevo proyecto del cantante de Cheb Balowski, seguido por Ouaden, la propuesta musical más arraigada a la tradición de toda la velada. Ambas bandas calentaron el ambiente para la entrada al escenario del cantante argelino Idir, portavoz y figura emblemática de la cultura amazic. Horas antes, el colectivo amazic de Mataró había expresado en un comunicado su “alegría” por la invitación del Cruce a Idir, quién “desde los años 60 canta defendiendo la identidad amaziga, que siempre se ha querido marginar y pisar por parte de los gobiernos de los estados norteños del África”. Más allá de connotaciones políticas, Idir y su banda ofrecieron durante cerca de una hora un concierto en que la música tradicional norteña de África era filtrada por elementos más cercanos al pop que la hacían accesible a todo tipo de público.

Manso y móviles al aire
La entrada de Khaled y su extensa banda al escenario vino acompañada de centenares de manso levantadas, la mayoría de las cuales empuñando un teléfono móvil que tenía que inmortalizar el momento con una foto o un clip de vídeo. Una gran expectación que el argelino y sus escuderos (guitarras, batería, secciones de cuerda y viento,...) se encargaron de saciar gustosamente. El carisma en escena del cantante nacido a la ciudad de Oran es innegable y ayudó a desatar del todo la fiesta en el Parque, donde bailaron hasta los más tímidos y escépticos gracias al intenso ritmo de unos temas que se sucedían sin descanso. Qué Khaled traiga años y años echando de las mismas canciones de siempre, con un discurso musical que en algunos momentos roza peligrosamente el pastiche y que empieza a mostrar signos de agotamiento es una realidad que, sortosament, ocupó un lugar poco destacado en la escalera de preocupaciones del público.

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