A pesar de que Mataró dispone de un Plan Especial para proteger el patrimonio arquitectónico y ambiental, la realidad es que, poco a poco, el centro histórico y el ensanche de nuestra ciudad van perdiendo la fisionomía, el carácter y la personalidad que siempre los habían caracterizado. Cada vez son más las calles y las plazas en los que se va esfumando, como consecuencia de la sustitución de las casas de cós por nuevas edificaciones que utilizan materiales impropios y que no tienen en cuenta ni la tipología ni la unidad compositiva existente, el ambiente que el Plan Especial tenía que proteger. La sustitución de los edificios en detrimento de su restauración o rehabilitación (que lejos que estamos, también en esto, del resto de Europa) hace que, lentamente, se vaya estropeando la armonía arquitectónica, y que nuestras calles y nuestras plazas vayan perdiendo su idiosincrasia y su encanto: menos casas de cós; menos fachadas con predominio de los plenos sobre los vacíos y de las proporciones verticales sobre las horizontales a las aperturas; menos cornisas; menos esgrafiados; menos portales, balcons y ventanas con jambas y dinteles de piedra; menos barandillas de hierro forjado; y menos sotabalcons con baldosas decoradas. Podríamos decir que a cada colada perdemos una sábana.
Al respeto, es especialmente grave que en este proceso de despersonalización hayan jugado un papel muy importante (determinante, diría yo) las actuaciones urbanísticas que, promovidas por el mismo gobierno de la ciudad, ha ejecutado a la empresa municipal PUMSA. Después de preguntarme, muchas veces, por cuál podía ser la causa, he encontrado parte de la respuesta (otra, a buen seguro, es la especulación urbanística) leyendo el libro La confusión del urbanismo. Ciutat pública versus ciudad doméstica del arquitecto y urbanista, Josep Oliva y Casas.
Escribe, Oliva: Cualquier buen arquitecto ( añado yo, que también cualquier buen gobierno) tendría que intentar adoptar siempre la visión de la ciudad puesto que le confiere una visión más amplia y sitúa el proyecto de edificio en su contexto. Sin embargo, aunque teóricamente fuera así, el profesional puede decidir dar toda la importancia al trabajo que tiene entre manso y, por lo tanto, más o menos conscientemente subestimar el entorno urbano donde se encuentra insertado su edificio. Algunos ejemplos de cierta calidad evidencian este afán de protagonismo y este desinterés para ser una pieza más, aunque valiosa, del panorama urbano. Este relativismo de la arquitectura respecto del urbanismo a veces no se entiende o no se quiere entender. Falta dialogar con la ciudad, lo cual significa mantener un grado de subordinación. A pesar de que seguro que no es así, parece muy bien como si, al escribirlo, el Sr. Oliva extendido pensando en la actuación que se ha hecho, en los últimos años, al ámbito de Can Xammar. Al respeto, el edificio de oficinas que se está acabando de construir a tocar de la muralla acontece un potente puñetazo visual contra el patrimonio histórico de nuestra ciudad antigua.
De entre las actuaciones que actualmente promueve el gobierno, otro buen ejemplo de este afán de protagonismo lo encontramos en el proyecto de renovación de la Isla de Can Cruzate; sobre todo en cuanto al equipamiento municipal que se quiere construir y a los cuerpos que se quieren añadir en los edificios que conservan la fachada. Tanto le hace que se trate del centro neurálgico de nuestra ciudad histórica, es más importando que, haciendo gala de la mentalidad de nuevo rico que los caracteriza, el gobierno y algunos técnicos puedan jactarse de su gran obra. En la misma línea, los cuerpos que se añadirán al Matadero y a Can Marfà sirven de ejemplo para explicar la carencia de respeto por los corderos catalogados y las ganas de hacer el pijo.
En Europa (sólo hay que acercarse a la vecina Francia para comprobarlo) las ciudades históricas mantienen, siempre, su fisionomía aquella que las dota de carácter y personalidad conciliando, esto si, la protección de que son objeto con las adaptaciones necesarias a las exigencias de nuestro tiempo: las condiciones de habitabilidad, la actividad comercial, los servicios a las personas, la oferta cultural, etc.. En cambio, las nuevas edificaciones (que también hay) crecen fuera de los sectores históricos; obviamente con voluntad de dejarse ver, pero sin malograr la belleza de las calles y las plazas que, a lo largo de centenares de años, han configurado la imagen de la ciudad.
El camino que ha emprendido el gobierno de Mataró es un camino equivocado. Precisamente en un momento en que, como consecuencia de la globalización, la tendencia a la uniformización es cada vez más fuerte, es hace más necesario que nunca conservar y potenciar aquello que nos hace diferentes. Cómo bien saben muchos ciudadanos y ciudadanas (una vez más, la posibilidad de viajar por Europa nos lo ha enseñado) las ciudades que han preservado los sectores históricos son ciudades competitivas que generan atracción y que proyectan, por todas partes, su personalidad.
Por eso, hay que corregir la tendencia impuesta por el gobierno y compatibilizar el crecimiento urbanístico con la necesaria preservación del centro histórico y el ensanche de nuestra ciudad. Conservarlos y potenciarlos (dónde son las políticas específicas de ayuda a la restauración y a la rehabilitación?) tendría que ser, además de un ejercicio de defensa de nuestra identidad y una muestra de respecto a la condición de ciudadanos y ciudadanas de las generaciones que nos han precedido, las actuales y las que nos sucederán, una de las apuestas estratégicas que tendrían que hacer posible que Mataró se situara entre las ciudades que serán referencia en el futuro.
Contrariamente a aquello que nos quieren hacer creer desde el gobierno municipal, Europa en general y Francia en particular nos han enseñado que es posible modernizar las ciudades históricas sin destruirlas.
De hecho, qué podíamos esperar de un gobierno que ni tanto sólo tuvo la sensibilidad necesaria para conservar el magnífico salón de Plenos del Ayuntamiento?
Al respeto, es especialmente grave que en este proceso de despersonalización hayan jugado un papel muy importante (determinante, diría yo) las actuaciones urbanísticas que, promovidas por el mismo gobierno de la ciudad, ha ejecutado a la empresa municipal PUMSA. Después de preguntarme, muchas veces, por cuál podía ser la causa, he encontrado parte de la respuesta (otra, a buen seguro, es la especulación urbanística) leyendo el libro La confusión del urbanismo. Ciutat pública versus ciudad doméstica del arquitecto y urbanista, Josep Oliva y Casas.
Escribe, Oliva: Cualquier buen arquitecto ( añado yo, que también cualquier buen gobierno) tendría que intentar adoptar siempre la visión de la ciudad puesto que le confiere una visión más amplia y sitúa el proyecto de edificio en su contexto. Sin embargo, aunque teóricamente fuera así, el profesional puede decidir dar toda la importancia al trabajo que tiene entre manso y, por lo tanto, más o menos conscientemente subestimar el entorno urbano donde se encuentra insertado su edificio. Algunos ejemplos de cierta calidad evidencian este afán de protagonismo y este desinterés para ser una pieza más, aunque valiosa, del panorama urbano. Este relativismo de la arquitectura respecto del urbanismo a veces no se entiende o no se quiere entender. Falta dialogar con la ciudad, lo cual significa mantener un grado de subordinación. A pesar de que seguro que no es así, parece muy bien como si, al escribirlo, el Sr. Oliva extendido pensando en la actuación que se ha hecho, en los últimos años, al ámbito de Can Xammar. Al respeto, el edificio de oficinas que se está acabando de construir a tocar de la muralla acontece un potente puñetazo visual contra el patrimonio histórico de nuestra ciudad antigua.
De entre las actuaciones que actualmente promueve el gobierno, otro buen ejemplo de este afán de protagonismo lo encontramos en el proyecto de renovación de la Isla de Can Cruzate; sobre todo en cuanto al equipamiento municipal que se quiere construir y a los cuerpos que se quieren añadir en los edificios que conservan la fachada. Tanto le hace que se trate del centro neurálgico de nuestra ciudad histórica, es más importando que, haciendo gala de la mentalidad de nuevo rico que los caracteriza, el gobierno y algunos técnicos puedan jactarse de su gran obra. En la misma línea, los cuerpos que se añadirán al Matadero y a Can Marfà sirven de ejemplo para explicar la carencia de respeto por los corderos catalogados y las ganas de hacer el pijo.
En Europa (sólo hay que acercarse a la vecina Francia para comprobarlo) las ciudades históricas mantienen, siempre, su fisionomía aquella que las dota de carácter y personalidad conciliando, esto si, la protección de que son objeto con las adaptaciones necesarias a las exigencias de nuestro tiempo: las condiciones de habitabilidad, la actividad comercial, los servicios a las personas, la oferta cultural, etc.. En cambio, las nuevas edificaciones (que también hay) crecen fuera de los sectores históricos; obviamente con voluntad de dejarse ver, pero sin malograr la belleza de las calles y las plazas que, a lo largo de centenares de años, han configurado la imagen de la ciudad.
El camino que ha emprendido el gobierno de Mataró es un camino equivocado. Precisamente en un momento en que, como consecuencia de la globalización, la tendencia a la uniformización es cada vez más fuerte, es hace más necesario que nunca conservar y potenciar aquello que nos hace diferentes. Cómo bien saben muchos ciudadanos y ciudadanas (una vez más, la posibilidad de viajar por Europa nos lo ha enseñado) las ciudades que han preservado los sectores históricos son ciudades competitivas que generan atracción y que proyectan, por todas partes, su personalidad.
Por eso, hay que corregir la tendencia impuesta por el gobierno y compatibilizar el crecimiento urbanístico con la necesaria preservación del centro histórico y el ensanche de nuestra ciudad. Conservarlos y potenciarlos (dónde son las políticas específicas de ayuda a la restauración y a la rehabilitación?) tendría que ser, además de un ejercicio de defensa de nuestra identidad y una muestra de respecto a la condición de ciudadanos y ciudadanas de las generaciones que nos han precedido, las actuales y las que nos sucederán, una de las apuestas estratégicas que tendrían que hacer posible que Mataró se situara entre las ciudades que serán referencia en el futuro.
Contrariamente a aquello que nos quieren hacer creer desde el gobierno municipal, Europa en general y Francia en particular nos han enseñado que es posible modernizar las ciudades históricas sin destruirlas.
De hecho, qué podíamos esperar de un gobierno que ni tanto sólo tuvo la sensibilidad necesaria para conservar el magnífico salón de Plenos del Ayuntamiento?