Hay fechas puntuales que nos inducen a la reflexión, como por ejemplo el 8 de marzo: un buen momento para hacer una pausa y replantearnos cuáles son los hitos que las mujeres en general querríamos lograr.
Y cuando digo las mujeres, querría dar voz a todas las mujeres. No sólo a las activistas de hoy en día -que por suerte cada vez somos más- ni tampoco a las que, durante décadas, han hecho de su lucha para posicionarnos al frente de la sociedad, su forma de vida, sino también a todas las otras: las que no se manifiestan; las que no se implican en movimientos sociales de ningún tipo ni salen a la calle a reivindicar nuestros derechos; las que no pertenecen a ninguna asociación de mujeres, pero que sin ningún tipo de duda, también sufren las consecuencias de su género.
A menudo pregunto a las mujeres -aquellas que no se manifiestan, ni reivindican derechos sociales abiertamente- como se sienten ante su papel a la sociedad, a la familia, al trabajo... y la inmensa mayoría, no es muestra demasiado satisfecha.
Todas tienen alguna queja -o muchas- motivadas, en gran parte, porque su cotidianidad se encuentra llena de situaciones desiguales que generan pequeños o grandes malestares. Y no es que se conformen, no! Pero intentan paliar la situación convinant dosis de buena voluntad y compensando la situación con otras supuestas ventajas, porque la alternativa de vivir en pie de guerra y mantener una lucha constante de géneros, no se los resulta atractiva.
Teniendo en cuenta su opinión, nos podríamos cuestionar por qué el hecho de trabajar para modificar aquellos aspectos sociales que generan desigualdad, tiene que ser una batalla? O por qué hombres y mujeres tenemos que mantener una lucha de poderes para conseguir algo que nos pertenece a todos?
Somos muchas las mujeres que no queremos luchas, sino pactos; Son muchos los hombres que, ante todas mejoras conseguidas en temas de igualdad, no acaban de entender qué es esto tan importante y que tanto nos molesta, todavía.
Cada vez, hay más hombres que comparten nuestra causa. Pero todavía quedan muchos más que no comprenden nuestro descontento, el motivo de nuestro agotamiento físico y mental, nuestra carrera diaria para llegar a todo, nuestras contradicciones internas generadas por la obligación de descartar opciones sin la libertad de poder escoger... Obviamente, no resulta tanto fácil de entender, ellos no se encuentran! Y tampoco sería justo por parte nuestra, exigirlos que anden a nuestro paso, sin ponerse nuestros zapatos. Ante esta premisa, no encontráis que nos tendríamos que descalzar y mostrarlos el camino?
Por otro lado, cuando planteo la misma cuestión a nuestros compañeros -los hombres- opinan que somos demasiado exigentes con nosotros mismas. Ellos no nos piden , que asumimos todas estas cargas que nos roban tiempos para realizarnos, ni que obtengamos un máster en Responsabilidades Familiares y Cotidianas , pero la realidad es que tampoco se muestran muy predispuestos a coger el relevo y compartir todas estas responsabilidades, sin que nosotros estiércol, de avantmà, una solicitud directo o una presión diaria, que en muchas ocasiones, genera disputas y malentendidos.
Las mujeres queremos continuar siendo mujeres. Queremos disfrutar de nuestra feminidad, pero con la misma libertad de decisión los hombres. Queremos escoger sin sentir que nuestra vida depende de montañas de condicionantes que nos hacen prisioneras y no nos permiten crecer y desarrollarnos cómo querríamos.
Bien es verdad que no somos enemigos. La solución es que seamos aliados. Y un golpe más, tenemos que ser nosotras -las mujeres- las que hagamos partícipes a los hombres de nuestra realidad social. Porque cuando hayan sido a nuestra piel, nos entenderán! Y entonces, seremos muchos más en el camino, y será más ligera y efectiva la tarea de fomentar plegados una nueva educación, que nos conducirá ninguno el futuro que nos corresponde: Un futuro pleno de igualdad de oportunidades.
Y cuando digo las mujeres, querría dar voz a todas las mujeres. No sólo a las activistas de hoy en día -que por suerte cada vez somos más- ni tampoco a las que, durante décadas, han hecho de su lucha para posicionarnos al frente de la sociedad, su forma de vida, sino también a todas las otras: las que no se manifiestan; las que no se implican en movimientos sociales de ningún tipo ni salen a la calle a reivindicar nuestros derechos; las que no pertenecen a ninguna asociación de mujeres, pero que sin ningún tipo de duda, también sufren las consecuencias de su género.
A menudo pregunto a las mujeres -aquellas que no se manifiestan, ni reivindican derechos sociales abiertamente- como se sienten ante su papel a la sociedad, a la familia, al trabajo... y la inmensa mayoría, no es muestra demasiado satisfecha.
Todas tienen alguna queja -o muchas- motivadas, en gran parte, porque su cotidianidad se encuentra llena de situaciones desiguales que generan pequeños o grandes malestares. Y no es que se conformen, no! Pero intentan paliar la situación convinant dosis de buena voluntad y compensando la situación con otras supuestas ventajas, porque la alternativa de vivir en pie de guerra y mantener una lucha constante de géneros, no se los resulta atractiva.
Teniendo en cuenta su opinión, nos podríamos cuestionar por qué el hecho de trabajar para modificar aquellos aspectos sociales que generan desigualdad, tiene que ser una batalla? O por qué hombres y mujeres tenemos que mantener una lucha de poderes para conseguir algo que nos pertenece a todos?
Somos muchas las mujeres que no queremos luchas, sino pactos; Son muchos los hombres que, ante todas mejoras conseguidas en temas de igualdad, no acaban de entender qué es esto tan importante y que tanto nos molesta, todavía.
Cada vez, hay más hombres que comparten nuestra causa. Pero todavía quedan muchos más que no comprenden nuestro descontento, el motivo de nuestro agotamiento físico y mental, nuestra carrera diaria para llegar a todo, nuestras contradicciones internas generadas por la obligación de descartar opciones sin la libertad de poder escoger... Obviamente, no resulta tanto fácil de entender, ellos no se encuentran! Y tampoco sería justo por parte nuestra, exigirlos que anden a nuestro paso, sin ponerse nuestros zapatos. Ante esta premisa, no encontráis que nos tendríamos que descalzar y mostrarlos el camino?
Por otro lado, cuando planteo la misma cuestión a nuestros compañeros -los hombres- opinan que somos demasiado exigentes con nosotros mismas. Ellos no nos piden , que asumimos todas estas cargas que nos roban tiempos para realizarnos, ni que obtengamos un máster en Responsabilidades Familiares y Cotidianas , pero la realidad es que tampoco se muestran muy predispuestos a coger el relevo y compartir todas estas responsabilidades, sin que nosotros estiércol, de avantmà, una solicitud directo o una presión diaria, que en muchas ocasiones, genera disputas y malentendidos.
Las mujeres queremos continuar siendo mujeres. Queremos disfrutar de nuestra feminidad, pero con la misma libertad de decisión los hombres. Queremos escoger sin sentir que nuestra vida depende de montañas de condicionantes que nos hacen prisioneras y no nos permiten crecer y desarrollarnos cómo querríamos.
Bien es verdad que no somos enemigos. La solución es que seamos aliados. Y un golpe más, tenemos que ser nosotras -las mujeres- las que hagamos partícipes a los hombres de nuestra realidad social. Porque cuando hayan sido a nuestra piel, nos entenderán! Y entonces, seremos muchos más en el camino, y será más ligera y efectiva la tarea de fomentar plegados una nueva educación, que nos conducirá ninguno el futuro que nos corresponde: Un futuro pleno de igualdad de oportunidades.