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Manuel Mas y Estela

Repensar el catalanismo. Ya n’hay bastante?

Creo que el crecimiento y desarrollo del catalanismo político siempre ha sido posible gracias al Estado. Sí, esto que se denomina Sido Espanyol, no España. Por Estado entiendo, y creo que se tiene que entender, el conjunto de instrumentos jurídicos administrativos que tiene una entidad política para funcionar.

El catalanismo político empieza a gestarse en el marco de los movimientos de reacción que se dan en todo Europa en mitad del siglo XIX contra el racionalismo uniformitzador derivado de la Ilustración y de la Revolución francesa. Por mucho que se pretenda, ni después de la “pérdida de las libertades nacionales” el 1714, ni antes con “Los segadores”, se puede hablar con exactitud de movimientos “nacionales” por la sencilla razón que “La Nación” no existía. Existía la Corona, el Soberano, la Monarquía compuesta en el caso español, estábamos, como por todas partes, en el absolutismo, en el Antiguo Régimen con sus “brazos”.

Los intentos de las clases emergentes de Cataluña de la segunda mitad del siglo XIX, de obtener papel y un cierto reconocimiento de su especificidad cultural, de primero fueron en la línea cambiar el funcionamiento de un Estado que no los servía y que sólo los entrebancava. Estuvieron a punto de conseguirlo, el general Delgado, la Primera República, pero fueron derrotados. Algunos pactaron a cambio del proteccionismo, otros creyeron que había que ir más allá. Se a decir, la ineficacia del Estado, cuando no su inexistencia como Estado moderno, comportó que empezaran a cocerse y a crecer movimientos “catalanistas” que fueron cogiendo fuerza relativa, tampoco tanta, a medida que el tiempo no sólo no resolvía las demandas de modernidad sino que las agravaba. Fijémonos en los trabajos del escarransida Mancomunidad, tanto costosamente arrancada. Dotaron en el país de las herramientas de todo Sido moderno, especialmente remarcables en el campo de la educación.

La Segunda República podía haber sido un momento histórico para cambiar aquella situación, hay que recordar el pensamiento y obra de Azaña para pensarlo, pero su corta experiencia fue truncada por la reacción franquista que volvió a parar el desarrollo del Estado.

Tendrá que ser la transición, y la decidida e irreversible marcha hacia la democracia, la que dote a este conjunto llamado España de unas estructuras jurídicas y administrativas adecuadas a los tiempos y semblantes a las de los países avanzados. Y cómo que en este contexto se desarrolla el que se ha denominado Estado de las Autonomías se posibilita la consolidación de las manifestaciones más pregonas y reivindicadas del catalanismo a través de un ancho espacio de autogobierno. Se a decir, que ahora es la existencia del Estado moderno que con su reconocimiento posibilita el imaginario “nacional” catalán.

Pero por el conjunto español, del concepto España, quizás esto llega tarde. En Cataluña ya se han desatado intentos, intereses, anhelos que quieren ir más allá. Se ha acumulado, ciertos o no, agravios y ambiciones que no tienen bastante. Ya no es suficiente el reconocimiento y asunción de los hechos más pregones como la lengua y la cultura, de un amplio autogobierno en cuestiones tanto importantes como la educación, la sanidad, o la policía. Por algunos, los nacionalistas, todo esto es el camino para ir ninguno el autogobierno cumplido (la independencia, además corto o largo plazo) que es el que en definitiva aspiran. Ya no piensan en términos de España con un Estado moderno que los reconozca y los englobe, sino que piensan ya en un nuevo Estado catalán. Empapados de nacionalismo desde las instituciones, los medios públicos (curiosamente no los privados, los que viven del mercado), la escuela pública y privada y la capacidad de autogobierno, se afianza y se instala a la sociedad un ambiente “nacionalista” de una anchura que poco podían pensar los iniciadors del movimiento hace más de 150 años.

Con una diferencia, pero. Que ya no están sólo en el conjunto de España. A pesar de no tener “particularidades”, otros trozos del conjunto se han apuntado al carro aprovechando que la construcción del Estado moderno no tiene porque seguir las pautas tradicionales y, además, su complejidad hace que sea mejor hacerlo descentralizado. Y más todavía, a pesar de resistencias de ciertos sectores que piensan diferente y cuánto tienen la oportunidad frenan este proceso y abogan por la construcción centralizada del Estado, empieza a aceptarse, aunque de una forma tímida, la idea de una España plural, unida en la diversidad.

Estamos en medio de una segunda oleada descentralizadora del Estado español. Acabamos de lograr, con refrendament directo, un nuevo techo de autogobierno. Creo que hay que empezar a cerrar el tema. El España de las autonomías ha dado suficiente juego a sus “particularidades”, históricas o no, porque ahora sus habitantes en lugar de continuar mirando ningún endintre suyo, con el autogobierno respectivo logrado, miren conjuntamente cabe afuera.

Qué pasa en el mundo? Qué perspectivas se divisan? Qué hay que preparar por nuestros nietos? Y aquí será conveniente debatir, como siempre en la historia moderna, entre conservadores, liberales, progresistas y radicales. Y resolver democráticamente. Ya sé que a los “nacionalistas” esto no los gusta ni los conviene puesto que los acota a un campo de juego de segunda (o quizás de tercera, si tenemos en cuenta Bruselas) y dentro de este campo las competencias de autogobierno también se tendrán que ejercitar no en clave de reivindicación nacionalista sino en clave de modelo de sociedad, como en las administraciones locales. Y esto por los ciudadanos y ciudadanas de este histórico y viejo rincón de la Mediterránea Occidental seguramente los será más provechoso para encarar su futuro.


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