Los veinte años que para Carlos Gardel "no son nada" también "han pasado deprisa" para Sergio Dalma. Fue la primera confesión del cantante de Sabadell en el concierto, organizado por Davsa y Caja Laietana, que viernes entusiasmó al teatro Monumental. Con un ambiente intimista que ha marcado la gira conmemorativa de dos décadas traducidas en una docena de álbumes, el intérprete hizo vibrar a los asistentes. Un público muy lejano ya de aquellas admiradoras adolescentes del suyos inicios –y que debía de rememorar, eso sí, cuando, a medio recital, se sacó la americana y los chillidos llenaron la platea y el anfiteatro-. Aun así, la madurez que refleja la nueva imagen del artista de cabellos plateados y la evolución de su carrera se ha trasladado también al patio de butacas. "Antes veníais con el nòvio y ahora lo hacéis con los hijos", dijo el propio Dalma mientras agraia la fidelidad de los clubes de fans y de sus seguidores (hacía ya semanas que las entradas se habían agotado).
El cantante de voz rasgada, que tanto recuerda a los solistas italianos y que gana más bastante todavía en directo, admitió que la selección de los temas para una actuación que resume veinte años de trabajo había sido "complicada" y que había habido que "rejuvenecer" algunos temas. El repertorio se inició con 'La mujer de mí vida' y, ya en tercer lugar, interpretó la canción que da nombre a su último disco: 'A buena hora' ('Ahora ya no es hora' es el título catalán que incluye el álbum). El artista ofreció, en esta ocasión y en otros, como con 'Déjame olvidarte'/'Déjame olvidarte' y 'Llorando las horas'/'Mí historia entre tose dedos', una versión 'mix' en catalán y castellano. También utilizó las dos lenguas a la hora de hacer comentarios al público, si bien con predominio de la que lo situó a finales de los noventa a las listas de los más vendidos.
Dalma evocó la figura de Toulouse Lautrec al referirse al escenario, una recreación, dijo, del estudio del pintor francés, punto de partida de las pinceladas de estos últimos veinte años. El toque bohemio de los caballetes, tel·les y maniquíes contrastaba con la modernidad de las pantallas que proyectaron imágenes durante la casi hora y media que duró el concierto. 'Solo para ti' fue el primer tema que levantó de la silla aparte del público, como era de esperar mayoritariamente femenino -a pesar de que fue un hombre quién le dedicó un contundente 'viva la madre que te parió!'-. Cercano, seductor y juguetón, tanto vocalmente como gestualmente, y desprendiendo una gran dosis de romanticismo, recibió con simpatía los cumplimientos de las fèmines, que, de vez en cuando, soltaban un eufórico "guapo!".
Después del regalo de una de sus melodías más memorables, 'Ave Lucía', dedicada a una joven embarazada, y de pedir aplausos, entre canción y canción, para cada uno de los miembros de su equipo y "los que ya no están", el solista sabadellenc vio como el público enloquecía con el eurovisiu 'Bailar pegados'. Sergio Dalma consiguió, con visible satisfacción, que todo el mundo se pusiera derecho y, con un "manos a la obra, Mataró!", cantaran con él.
La canción "consentida"
Al previsible reclamo del público maresmenc, cuando el baladista ya se había despedido, lo siguió todavía un pequeño repertorio donde no podía faltar la canción que definió como su "consentida": 'Esa chica se mía', con la cual saltó a la fama al 1989. Pero el aforo del Monumental no lo quería dejar marchar hasta que cantara otra de las emblemáticas: 'Galilea'. Cómo en otros momentos del concierto, la exaltación trajo a un buen número de admiradoras de las filas más lejanas a la parte del ante los pasillos, mientras el personal de seguridad intentaba mantenerlas al margen. Este golpe, en un estallido de euforia ordenada, llegaron hasta el pie del escenario para ver de bien aprop el artista.
A la salida, quedó claro que no sólo las adolescentes hacen guardia con la esperanza de ver fuera de escena sus ídolos. Mujeres que iban de la treintena a la cincuentena esperaban al artista, sin tan sólo saber si saldría por la misma puerta. Y Josep Cadpevila, ya sin micrófonos ni cámaras a excepción de las de los móviles de las fans, no defraudó. Antes de marchar, firmó autógrafos, se hizo fotografías con las admiradoras y los dedicó una amplia sonrisa. Uno de aquellos que demuestran que veinte años de carrera, fruto del esfuerzo y la constancia, no tienen por qué cambiar a aquel desconocido a quien, un buen día, una canción o un festival le cambió la vida.
El cantante de voz rasgada, que tanto recuerda a los solistas italianos y que gana más bastante todavía en directo, admitió que la selección de los temas para una actuación que resume veinte años de trabajo había sido "complicada" y que había habido que "rejuvenecer" algunos temas. El repertorio se inició con 'La mujer de mí vida' y, ya en tercer lugar, interpretó la canción que da nombre a su último disco: 'A buena hora' ('Ahora ya no es hora' es el título catalán que incluye el álbum). El artista ofreció, en esta ocasión y en otros, como con 'Déjame olvidarte'/'Déjame olvidarte' y 'Llorando las horas'/'Mí historia entre tose dedos', una versión 'mix' en catalán y castellano. También utilizó las dos lenguas a la hora de hacer comentarios al público, si bien con predominio de la que lo situó a finales de los noventa a las listas de los más vendidos.
Dalma evocó la figura de Toulouse Lautrec al referirse al escenario, una recreación, dijo, del estudio del pintor francés, punto de partida de las pinceladas de estos últimos veinte años. El toque bohemio de los caballetes, tel·les y maniquíes contrastaba con la modernidad de las pantallas que proyectaron imágenes durante la casi hora y media que duró el concierto. 'Solo para ti' fue el primer tema que levantó de la silla aparte del público, como era de esperar mayoritariamente femenino -a pesar de que fue un hombre quién le dedicó un contundente 'viva la madre que te parió!'-. Cercano, seductor y juguetón, tanto vocalmente como gestualmente, y desprendiendo una gran dosis de romanticismo, recibió con simpatía los cumplimientos de las fèmines, que, de vez en cuando, soltaban un eufórico "guapo!".
Después del regalo de una de sus melodías más memorables, 'Ave Lucía', dedicada a una joven embarazada, y de pedir aplausos, entre canción y canción, para cada uno de los miembros de su equipo y "los que ya no están", el solista sabadellenc vio como el público enloquecía con el eurovisiu 'Bailar pegados'. Sergio Dalma consiguió, con visible satisfacción, que todo el mundo se pusiera derecho y, con un "manos a la obra, Mataró!", cantaran con él.
La canción "consentida"
Al previsible reclamo del público maresmenc, cuando el baladista ya se había despedido, lo siguió todavía un pequeño repertorio donde no podía faltar la canción que definió como su "consentida": 'Esa chica se mía', con la cual saltó a la fama al 1989. Pero el aforo del Monumental no lo quería dejar marchar hasta que cantara otra de las emblemáticas: 'Galilea'. Cómo en otros momentos del concierto, la exaltación trajo a un buen número de admiradoras de las filas más lejanas a la parte del ante los pasillos, mientras el personal de seguridad intentaba mantenerlas al margen. Este golpe, en un estallido de euforia ordenada, llegaron hasta el pie del escenario para ver de bien aprop el artista.
A la salida, quedó claro que no sólo las adolescentes hacen guardia con la esperanza de ver fuera de escena sus ídolos. Mujeres que iban de la treintena a la cincuentena esperaban al artista, sin tan sólo saber si saldría por la misma puerta. Y Josep Cadpevila, ya sin micrófonos ni cámaras a excepción de las de los móviles de las fans, no defraudó. Antes de marchar, firmó autógrafos, se hizo fotografías con las admiradoras y los dedicó una amplia sonrisa. Uno de aquellos que demuestran que veinte años de carrera, fruto del esfuerzo y la constancia, no tienen por qué cambiar a aquel desconocido a quien, un buen día, una canción o un festival le cambió la vida.