Me he pasado el mes de agosto esperando que se muriera Fidel Castro. Cada día, al volver de la playa toda cargada de pelotas y flotadores, lo preguntaba a alguien con una vida mínimamente adulta: «Qué se ha muerto, ya?».
Desde que he llegado de vacaciones, vivo conectada a Cubavisión, la televisión oficial del régimen que, por grandezas de este aparato en forma de sartén que vive sobre mi tejado, puedo sintonizar desde casa. No sé por qué me conecto, la verdad, porque de todos los organismos que cambiarán a partir de la muerte del dictador, Cubavisión seguramente será el último. A la cadena todo sigue, felizmente, tan retrógrado como siempre, haciendo este tufo de carencia de libertad de expresión tan característico: programas monográficos de ocho horas dedicados a alabar la sanidad cubana "con intervenciones grabadas del propio Fiel diciendo como lo curaron de la rodilla unos médicos muy campechanos" o la retransmisión en directo de un pseudo-acto académico donde unos señores expertos en algo hablan de los atentados frustrados contra Fiel.
Pero en quien más pienso estos días es en mis amigos cubanos. En el Jorgito, por ejemplo, que vive en La Habana y que durante los peores días del llamado periodo especial (en 94), cuando yo lo conocí, vivía de vender a los turistas pizzas hechas con preservativos en vez de queso. O en Pedro, psiquiatra de formación, que quería aguantar en la isla viviendo con sus padres en una casa de La Habana Vieja invadida de cucarachas pero que huyó cuando su hija, de ocho años, lo miró a los ojos y le preguntó qué había más allá. Más allá del mar Caribe. Más allá del Océano Atlántico. Más allá de la televisión oficial de Fiel.
En la Daisy, toda una dama, directora de una de las sucursales que tiene el Bank of America al barrio de Coral Gables, de Miami, que se esforzaba para explicarme a qué lugar del barrio del Vedado era la casa que la Revolución tomó a su familia, al poco de la destitución de Batista. La Daisy es una mujer de mundo, que ha viajado a un montón de países, lleva manicura perfecto, cabellos de peluquería y vestido de Cristian Dior, pero se le niegan los ojos cuando habla de su isla bonita y especula sobre los años que faltan todavía antes no pueda volver a ver el lugar donde nació.
A pesar de que quizás no lo reconocerá, en este Habano zarandeo por la miseria que han dejado los años de comunismo cubano un golpe deshecho el helado bloque ruso. Me he pasado el mes de agosto preguntándome cómo se lo harán, ahora, toda esta gente. De qué color serán las lágrimas del exiliados que vuelvan? Cómo será, la nueva una Habana Vieja, acabada de pintar? Qué dirán las canciones cuando ya no haya distancia insalvable? De que informará, Radio Miami?
El qué veremos, parece, pronto, será digne de ver. Por eso los dejo. A Cubavisión sale un nuevo experto en el vacío hablando de la excelente salud de Castro. No quiero perderme su cara de pasado a punto de desaparecer. Si quieren mi opinión, no creo que diga mentiras: este prohombre de la resistencia que ha sido uno de los gobernantes con más carisma del mundo durante 47 años disfrutará de buena salud incluso dentro de la tumba.
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