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Judith Vives

Un momento culminante

Con Avatar, James Cameron nos sitúa de nuevo estamos ante un presunto hito histórico dentro de la historia del cine. Pero no nos tenemos que dejar enredar: la revolución de las 3D es sólo una ilusión vendida con una de las grandes campañas de marketing que acostumbran a acompañar las películas del director de Titanic. Las tres dimensiones atraen curiosos y hacen volver el público a las salas pero no aportan nada a una película que, si por algo es digna de mención, es por su condición de compendi de una manera de narrar y de concebir el cine como gran espectáculo. Cameron vuelve a demostrar su capacidad para gestionar un presupuesto de infarto y explicar una historia bigger than life a partir del máximo despliegue de efectos visuales. Pero el más sorpresivo es que lo hace, esta vez, a partir de un guion sólido y trabajado que le permite lograr un feliz equilibrio entre la acción y la aventura trepidante con el relato y la reflexión de fondo. Avatar crea un nuevo mundo imaginario en un planeta ficticio que los humanos quieren ocupar para sacar rédito a sus riquezas naturales. Un marine se infiltra en la tribu para poder extraer los secretos y acaba fascinado por su talante espiritual y ecologista, hasta el punto de convertirse en su principal defensor. Avatar ve no sólo de la larga tradición del cine épico y de aventuras sino también de muchas tradiciones literarias y culturales, de donde estira ideas e influencias que le sirven para crear un nuevo mundo poblado por seres fantásticos y definido por increíbles leyendas y tradiciones. Con un lenguaje extremadamente clásico y con una apuesta ambiciosa por los efectos visuales, Cameron llega a un punto culminante de su carrera y valla con una gran traca final una etapa en la historia del cine que hemos visto los últimos cien años. La auténtica revolución, pero, todavía lo tendremos que esperar.

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