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Francesc Masriera

Una brizna de esperanza

El sábado de la semana pasada, mientras almorzaba un buen bocadillo de fuet acompañado de una Coca-cola de botella, leí con gran alegría que los nuevos gobiernos de la Diputación y del Ayuntamiento (CiU) han decidido parar, primero, y modificar, después, el proyecto de restauración de los museos de la fachada marítima de Sitges (Maricel de Mar, Rocamora y Cae Ferrat) que habían aprobado los anteriores gobiernos del PSC y que ya se estaba ejecutante. El proyecto ahora descartado contemplaba añadir a las fachadas que dan a la mar una gran fachada de vidrio que desgraciava todo el conjunto. Obviamente, como tantas otras veces, a los socialistas catalanes se los importaba muy poco que tanto las fachadas como el conjunto de los edificios estuvieran catalogados con el nivel más alto del Catálogo del Patrimonio Arquitectónico de la ciudad. Lo celebro por muchas razones, pero en quiero destacar tres.

La primera, porque el proyecto que ahora se modificará suponía un grave atentado contra la esencia y la personalidad de uno de los conjuntos arquitectónicos, artísticos y culturales más importantes de nuestro país. Al respeto, quiero agradecer tanto a la ciudadanía como la Plataforma SOS Sitges el trabajo hecho; trabajo que, sin duda, debe de haber contribuido de manera importante en la decisión de los nuevos gobiernos.

La segunda, porque la fachada de vidrio mencionada habría desgraciado la belleza del perfil de la ciudad del Garraf: una de las vistas más sugestivas y encantadoras de nuestro litoral. Más allá de los ostentosos juegos de palabras que utilizan los facultativos que defienden la construcción de la fachada de vidrio (segunda piel que habría dialogado con la mar Mediterránea), la realidad es que la cicatriz que habría provocado en la fisionomía del conjunto, habría desgraciado el rostro de Sitges.

La tercera, porque la modificación podría ser el comienzo (al menos así quiero soñarlo) de un cambio de tendencia en la manera de entender la restauración y la rehabilitación en nuestro país. La entrada de un poco de humildad en el soberbio mundo de la arquitectura de autor al que tantas y tantas reverencias han hecho los gobiernos socialistas durante los últimos treinta años.

Desgraciadamente, en Mataró no hemos llegado a tiempo. El mal que, desde el gobierno anterior, se ha hecho al ámbito de Can Xammar, al Matadero y a la nave pequeña de Can Marfà ya no tiene remedio. Sortosament, en cambio, la parada de las obras en Sitges supone una brizna de esperanza para dejar atrás, de una vez por todas, la dictadura estética que nos ha impuesto, de acá la recuperación de la democracia, la oficialisme progresista.

Han pasado cien ochenta años desde que Victor Hugo escribió Notre-Dame de Paris, pero sus palabras todavía resuenan con fuerza: "Si tuviéramos la oportunidad de examinar una a una con el lector las distintas improntas de destrucción impresas en la antigua iglesia, la parte atribuible al tiempo sería la menor, mientras que la peor sería la de los hombres, especialmente la de los hombres del arte. Tengo que decir hombres del arte, dado que en los dos últimos siglos ha habido individuos que se han arrogat el título de arquitectos".