Una producción participada por el Ministerio de Cultura ha sido la conclusión de la programación de otoño del Monumental, con el buen criterio de captar sectores de público no habitual para el teatro del capdamunt de la Riera.
Se trata de 'Paraíso perdido'. Estrenada a finales de julio en el Teatro Griego de Barcelona y habiendo hecho estancia posterior al Teatro Romea, actualmente está de gira y por mayo llegará al Teatro María Guerrero de Madrid que es la sede del Centro Dramático Nacional que lo ha cofinanciado.
Texto influyente
La obra se basa en la adaptación hecha por la dramaturga catalana Helena Tornero, que ha dirigido Andrés Lima, del poema épico del mismo título de John Milton (1608-1674), figura insigne de su época y con gran influencia en la literatura inglesa posterior.
El texto de Milton explica la insurrección fracasada de los ángeles sublevados contra la autoridad divina, con su caída a los infiernos, y las consecuencias que la acción de venganza de Satanás, el príncipe de los demonios, tendrá sobre la especie humana con la expulsión del paraíso terrenal.

Resultado enturbiado
El montaje de 'Paraíso perdido' visto al Monumental parte, por lo tanto, de un texto relevante y cuenta con el guiaje de un director reconocido, intérpretes notables en el reparto y una producción que no escatima ni en una escenografía oscura pareciendo a un hacinamiento de carbón, ni en el diseño sonoro y de luces, ni en un profuso apoyo videográfico. Todo y más para conseguir una propuesta teatral exitosa. Pero no es el caso.
Y no lo es principalmente por una dramaturgia inconexa que no llega a fermar la evolución de la acción dramática. Así, el trasfondo trágico que lo tendría que hacer congruente se enturbia y no se puede evitar la impresión de un encadenamiento de cuadros de calidad discordante.
Altibajos
Ciertamente también hay en la función momentos muy conseguidos. Como los instantes menos remedados pero de alta tensión dialéctica entre Pere Arquillué y Cristina Plazas en sus papeles protagonistas como divinidad y como maligno, cuando componen una disputa con subrayados de cinismo y de dolor. O el canto aportado por Laura Font i Elena Tarrats en las alegorías de la culpa y de la muerte. O también, en cierto modo, la digresión sobre los que se dedican al oficio del teatro: comediantes asociados a la función diabólica de aparentar ser otro.
Al extremo opuesto hay Rubén de Eguía y Lucía Juárez en el infeliz cometido de los personajes de Adam y Eva, los supuestos padres de la humanidad echados de la Edèn. Primero son como simios peludos que hacen el que poden sobre el escenario y después pasan a ser un señor y una señora que tienen que continuar meneándose todo el rato en pelotas, para apuntar no demasiado más de unas cuántas réplicas y para proferir, ella, una proclama extemporánea contra las injusticias seculares infringidas a las mujeres. Todo posado con calzador.
Comentarios