Los chiringuitos, como todo en esta vida, vienen y van. Cada ciertos años cambian, tanto en propuesta como en entorno o promotores. Los bares de playa forman parte de la fisonomía social y festiva de los meses calurosos –que cada vez son más– en nuestra tierra, y seguro que cada cual tiene su preferido, por ubicación, ambiente, por lo que se come, por cómo se bebe. Nunca se puede decir –salvo que lo digan los expertos– si un chiringuito es el mejor o el más destacado, pero en Mataró hay una playa que tiene como tradición desde hace muchos años hacerse valer por las propuestas más diferentes.
La playa de Sant Simó es la que, yendo ‘hacia arriba’ o hacia Llavaneres, se va difuminando junto al mar y queda fuera del frontispicio urbano de la ciudad. Tiene un efecto mágico porque con solo cruzar la riera y caminar unos minutos ya parece que no tienes a la espalda calles, semáforos, edificios y ciudad, sino una línea de tren que parece encaramada en una duna, detrás coches que según dónde puedes obviar y, más atrás, campos, séquias y montañas. En cinco minutos pasas de playa urbana a lo más parecido a una cala aislada que podemos tener en una ciudad de 130.000 habitantes. Y en su arena se levanta el chiringuito. El de la hornada actual se llama Bonic. Como si quisiera subrayar la obviedad: Chiringuito Bonic.

Un muy buen rincón donde acabar
El Chiringuito Bonic, decíamos, parece que quiera escaparse de Mataró yendo hacia Llavaneres. Huye del bullicio y, al situarse en esta playa, notablemente más fina y estrecha que las demás, tiene el don de tener el mar más cerca. Podríamos hacer la broma del uso que se hace en castellano del adjetivo y decir que es el chiringuito más ‘salao’ de la capital del Maresme. Llegas y, además, si estás pendiente de su Instagram, tienes muchas papeletas para estar entretenido. Sus DJs son marca de la casa y conocen la electrónica que hace mover caderas, para bailar sin perder estilo ni compostura, descalzo y charlando. Confluyen muchos estilos pero, básicamente, saben cómo disponer. Además, el juego de lucecitas que hacen acompaña. Te sientes en una fiesta que, por tamaño, parece privada. Y la estás compartiendo con todo el Bonic.
También hacen algún concierto, clases y bailes grupales de salsa que –si no los esperas– realmente sorprenden, y si eres más tranquilo puedes pedirte una copa –cóctel– o una cerveza que, comparativamente, no es la más cara del litoral de Mataró y sentarte a la mesa, resguardado del sol si aún es de día o directamente en la arena. Cuidan mucho la música con sesiones en directo, y no os preocupéis porque también hay días en que el ambiente es más ‘chill’ –que es como ahora se le llama a la calma– y por tanto el Bonic adquiere un aire despreocupado.

En el Bonic también se puede comer. Unas tapas más que decentes y platos como para quedar bien con quien convenga.
- Antes de que se consolidara el Bonic, en este rincón algunos recordarán la primera Lasal, que fue todo un fenómeno, o justo el precedente inmediato, el estimable Maururu, que se convirtió en un lugar perfecto para acabar los domingos, sobre todo, al ritmo de un reggae enamoradizo que hizo las maletas hacia Premià. Debe ser cosa de la playa de Sant Simó, que termina allá junto al búnker, que los chiringuitos que se colocan allí enganchan.
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