El debate sobre el cambio de hora vuelve a estar sobre la mesa en Europa. Tras años de estancamiento, la Comisión Europea ha reconocido que “la vía más lógica para avanzar” es acabar con una práctica que, dos veces al año, altera los horarios y el bienestar de millones de ciudadanos. España ha vuelto a impulsar la cuestión y el tema llega de nuevo al Parlamento Europeo. Pero, si finalmente se elimina el cambio de hora, ¿con cuál deberíamos quedarnos: el de invierno o el de verano?
Desde el punto de vista científico, la respuesta parece clara. Los expertos en cronobiología —la disciplina que estudia cómo la luz y el tiempo afectan a nuestros ritmos internos— coinciden en que nuestro organismo está mejor adaptado al horario de invierno. La razón es que este prioriza las horas de luz por la mañana, coincidiendo con el momento del despertar, lo que favorece la sincronización de nuestro reloj biológico y la regulación natural del sueño.
“El cuerpo humano ha evolucionado durante millones de años para funcionar en armonía con los ritmos de la naturaleza, especialmente con los ciclos de luz y oscuridad”, explica Gonzalo Pin, especialista de la Unidad del Sueño de la Universidad Católica de Valencia. Según él, nuestros cerca de 30 billones de relojes biológicos necesitan la luz natural como principal mecanismo de regulación. Cuando este equilibrio se rompe, pueden aparecer problemas de sueño, fatiga o desregulación hormonal.
Carla Estivill Domènec, directora de la Clínica Estivill del Sueño de Barcelona, refuerza esta idea: “La luz es el principal sincronizador de nuestros ritmos circadianos. Por la mañana, estimula la producción de cortisol, que nos mantiene despiertos y activos; por la noche, la oscuridad promueve la secreción de melatonina, la hormona del descanso”. Según Estivill, un horario ideal es aquel en el que las horas de luz coinciden con la jornada laboral y de estudio, porque favorece la concentración, el rendimiento y la salud mental. En cambio, las tardes demasiado largas retrasan la producción de melatonina y generan más dificultades para conciliar el sueño.
Con la llegada del horario de invierno, el amanecer se adelanta aproximadamente una hora: en Barcelona el sol saldrá alrededor de las 7.15, en Madrid a las 7.30 y en Vigo poco antes de las 8. Esta adaptación permite empezar el día con luz natural, algo que mejora la concentración y el estado de ánimo, especialmente durante los meses más oscuros. Si se mantuviera el horario de verano, el sol no aparecería hasta casi las nueve de la mañana en algunas zonas, una desconexión con los ritmos biológicos que reduciría el rendimiento físico y cognitivo.
Los atardeceres tardíos son contraproducentes
Además, los expertos advierten que los atardeceres demasiado tardíos también son contraproducentes. Con el horario de verano, hay meses en los que el sol se pone casi a las diez de la noche, algo que confunde al cuerpo y retrasa el descanso nocturno. Por ello, cada vez más especialistas defienden mantener el horario de invierno durante todo el año: un horario que se ajusta mejor a nuestro reloj interno y que, en definitiva, nos permite vivir más sincronizados con la luz y con la naturaleza.
Fuente: www.diaridegirona.cat
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