Ante el crecimiento imparable de la población mundial y los límites del modelo agroalimentario actual, cada vez más expertos e iniciativas coinciden en señalar una solución sorprendente pero prometedora: los insectos comestibles. Altamente nutritivos, con un gran contenido en proteínas, vitaminas y minerales, y con un impacto ambiental muy inferior al de la ganadería tradicional, los insectos se perfilan como una de las alternativas más sostenibles para garantizar la alimentación global en las próximas décadas.
A diferencia de la carne de ternera, cerdo o pollo, la cría de insectos requiere mucho menos espacio, agua y alimento. Además, genera menos emisiones de gases de efecto invernadero y prácticamente no produce desperdicios, ya que los residuos generados —como los excrementos— pueden transformarse en fertilizante natural. Este sistema de producción vertical y de bajo consumo ofrece una respuesta efectiva a los retos ambientales y logísticos del siglo XXI.
A pesar de estas virtudes, el consumo de insectos en Europa todavía despierta reticencias, sobre todo culturales. Por ello empiezan a surgir iniciativas pedagógicas y emprendedoras para acercarlos a la población.

Las primeras granjas catalanas de insectos
Un ejemplo pionero es la granja demostrativa que la familia Schreurs, de origen holandés, ha creado en Sant Salvador de Guardiola (Bages). Con el apoyo de la empresa social New Generation Nutrition, este proyecto busca romper tabúes y normalizar el consumo de invertebrados a través de experiencias educativas, catas, talleres y asesoramiento a empresas. “Los insectos podrían ser los nuevos caracoles o el nuevo sushi”, afirma Ruby Schreurs, una de las impulsoras. En su granja crían gusanos de harina y muestran cómo pueden convertirse en base de hamburguesas, snacks o harinas. Además, comparten conocimiento sobre horticultura y la creación de huertos urbanos, promoviendo un estilo de vida autosuficiente y ecológico.

En Cataluña, la legislación ya permite comercializar especies como grillos, langostas o escarabajos peloteros, abriendo la puerta a un mercado emergente con grandes posibilidades. El objetivo ahora es cambiar la percepción colectiva y demostrar que, además de ser sostenibles, los insectos también pueden ser sabrosos, innovadores y perfectamente compatibles con nuestra cocina. La revolución alimentaria del futuro quizá no venga del mar ni de la tierra... sino del mundo de los pequeños invertebrados.
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