La clase política parece feliz poniendo sobre la mesa temas conflictivos, cosa lógica pues cobran para preocuparse de nosotros o, cuando menos, hacer ver que se preocupan; es la investigación, según ellos, de aquello que interesa a los ciudadanos. Así pues, ahora resulta que el que nos interesa es salir de la crisis haciendo volver los inmigrantes a casa. Por algunos, denunciar los ilegales mediante el padrón municipal es una sol·lució o al menos una parte de ella, y la razón esgrimida es, por el que se ve, puramente económica.
El tema no es baladí, hemos sido viviendo durante años por encima de nuestras posibilidades y mucha gente se está quedando ahora sin trabajo. Es, pero, tentador en estas circunstancias señalar con el dedo a aquellos que no tienen ni voz ni voto y hacer uso de la demagogia. La discusión esconde importantes conceptos, como por ejemplo: qué tipo de modelo social queremos? cómo queremos gestionar nuestras desigualdades?. Hasta qué punto estamos dispuestos a ceder una parte de nuestro bienestar para quetengan que otros quepuedan disfrutar? Hay quién piensa que el sistemas públicos, básicamente salud y educación, no pueden mantener el costes actuales. Por lo tanto, se tiene que priorizar (cómo se diría en lenguaje empresarial) y una manera es hacer pasar delante los de aquí dejando atrás los de allá.
No tenemos nada más original? Alguien nos quiere hacer creer que nuestro bienestar depende de que un senegalés o un marroquí vuelva a su país? Qué derecho tenemos sobre una persona que el único delito que ha cometido es querer un futuro mejor? No queremos para nosotros y por nuestros también el mejor por el día siguiente? Aquel que venga a ganarse las algarrobas aquí se merece todo el respeto. Y de derechos y obligaciones, como cualquier otra ciudadano.
A la antigua Grecia, Diógenes ya se sentía ciudadano del mon; Kant hablaba también, veinte siglos más tarde, de la ciudadanía mundial. A estas alturas, parece que no hemos avanzado mucho.
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