No una ni dos, sino tres veces nos piden que depositamos nuestro voto en las inmediatas semanas. Y no una ni dos, sino seguro que muchas veces la mayoría de nosotros ha depositado ya su voto en su vida. En el fondo, el que hay en juego es el mismo: qué sociedad queremos.
Nuestros tiempos parecen caracterizarse por una cosa: una oleada de populismo xenófobo, nacionalista agresivo y que parece romper la tradición de cohesión europea; una oleada, en el fondo, reaccionaria. Ante sede, una izquierda que, desde el Reino Unido hasta España, intenta organizarse y apelar a la mayoría. Por eso, las generales y las europeas son especialmente las elecciones que marcarán el carácter político del futuro.
Hay, pero, un problema. En muchas cosas se equivoca esta izquierda transformadora, que parece capficar-se en cuestiones identitarias antes de que identificar quienes cuestionan la justicia social. En casa nuestra, además, en muchas cosas parece también haber sido influida por esta ya casi eterna saga processista, hasta el punto que, bailando su música, lo está dividiendo. Muchos echamos de menos una izquierda desacomplexada ante la cuestión nacional y los apropiadors de la patria; muchos añoramos aquel tiempo en que un partido nuevo irrumpió en el Estado y efectivamente señalaba sin complejos quienes siempre ganan (o mejor, siempre quieren salir ganando): los de arriba.
Podemos estar irritados, indignados, cansados... tanto de esta izquierda cagadubtes, como en general. Ytenemos todo el derecho y quizás incluso tenemos razón. Pero no nos tenemos que confundir: nuestro enemigo es la abstención y el monstruo que ella puede alimentar. Con un peligro tan cercano cómo es una derecha, ella sí, desacomplexada y desconfiada con los principios de pluralidad y diversidad democráticos, no desfallecer se convierte casi, casi en un deber cívico. Aquella oleada que recorre Europa avanza con mucho empujón al galope de frases grandiloqüents, pero poco apoyo de base (las manifestaciones en Españason ejemplo). Por eso ni nos tenemos que conformar, ni tenemos que desfallecer. Hay que demostrar de qué lado está la mayoría social porque, con complejos o sin, efectivamente quienes salen ganando son los de siempre. Yo lo tengo claro: sé que no quiero.
Es obvio que necesitamos una fuerza que a la vez frene la deriva reaccionaria que vemos en la sociedad y empuje aquella izquierda víctima de sectarismos y extravagàncies más allá de los límites que, acomplejada, ella misma se pone, con objeto de ser verdaderamente tranformadora. Y esta fuerza, en el fondo, somos nosotros. También en este ámbito nosjugamos mucho, por eso hay que perseguir unidos los objetivos comunes de los muchos, no de los pocos. Sé que podemos y yo yatengo ganas!
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