Es eso de jugar a las distopías y a los razonamientos contrafactuales, que siempre llenan ratos de tertulia: “¿Qué habría pasado si…”. Mataró tiene todo el derecho de despertarse este día 26 con la duda de lo que podría haber sido la Nit Boja si el viernes hubiese sido normal, si la lluvia no hubiese hecho acto de presencia en el Maresme y en buena parte de la Catalunya central. No se puede ni se podrá saber, pero viendo cuán masificada fue la jornada, hay derecho a plantearse si podría haber venido todavía más gente a un ritual que transcurrió feliz hasta completarse, con una Ruixada anhelada durante tantos años.
Si la lluvia y el refresco hizo echarse atrás a alguien, bienvenida sea. Porque la Nit Boja rozó los límites y fue multitudinaria como pocas veces antes. Con toda la secuencia de la Crida como única víctima -horaria, se entiende- de la lluvia, por la noche todo fue como tenía que ser. Y la muchísima gente que había puso a prueba la resistencia del acto. Veníamos de un 2024 accidentado en el que el cordón de la Banda se rompió y se tuvo que detener el acto, pero el Desvetllament Bellugós cabalgó con fuerza Riera abajo. El hechizo de los Gegants y el Bequetero se imponía y todo volvía a tener sentido.
La muchedumbre era ingente y el cierre de la Plaça de l’Ajuntament alimentaba todavía más los otros accesos. Aun así, con sentido de ciudad y de fiesta, se llegó a Santa Anna. La plaza pocas veces había acogido a tantos miles de personas como al final del Desvetllament. Tomarse un trago en alguna calle cercana, como la de Santa Teresa, era cosa difícil. Pero al final se pudo hacer.
La Escapada paga los platos rotos
Como pasa siempre, lo que yendo cuesta abajo era difícil, subiendo el Desvetllament fue fluidez. El acto es como esos ciclistas marcianos del Tour de Francia, que parecen más poderosos subiendo que bajando. Al llegar Robafaves y la Banda frente al Ayuntamiento, con el minutaje exacto, la oscuridad y las chispas se hacían protagonistas, pero pronto se vio que la Escapada no sería fácil. El motivo: la mayoría de montajes pirotécnicos de las calles —mojados por la lluvia— no quisieron encenderse.
Los techos y tracas de la Escapada no son anecdóticos. Guían el acto para que no se descontrole y, por lo tanto, sin ellos hay que decir que el correfoc sufrió el temido ‘efecto chicle’. Nada grave, pero al barullo de diablos y diablesas les costaba abrirse paso. Muchísima gente empujando por estar bajo el fuego también hace subir la temperatura, aunque en cada intento fallido de encender los montajes, el ánimo se desinflaba un poco.[banner-AMP_5]
Bienvenida de nuevo, la Ruixada
A golpe de tambores e insistencia, y con eso que se suele decir “unos minutos por encima del tiempo previsto”, el acto llegó al Parc Nou donde, a esa hora, la concurrencia se duplicó. El regreso de la Ruixada, con una distribución diferente del agua —sólo en un lado y en menor cantidad, aunque mojaba incluso las dos barras más cercanas— y con la temperatura más fresca, pronto hizo que la zona de bassiots y alegría empapada se fuera vaciando. Mucha gente no entró, porque la Ruixada era fresca. Una Ruixada refrescada.[banner-AMP_6]
La victoria colectiva del 25, que temimos que no llegara a celebrarse, acababa así. Con una Ruixada para valientes y miles y miles de personas rubricando en el Parc Nou la mejor secuencia y comprobando que, con el agua al final, la Nit Boja de Les Santes recupera sentido, relato y coherencia. Falta un año para la de 2026.
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