Judith Vives

Dogville, la hipocresía americana según Lars Von Trier

Crítica de la película

El escenario, un pequeño pueblo rural del América profunda. Los personajes, los miembros de una comunidad que acogen a una bella fugitiva perseguida por policías y gàngsters. La representación, insólita, en un plató, con las casas y las calles del pueblo pintados en blanco sobre un tierra negro y con sólo los elementos escenográficos más esenciales. Así, recreada artificiosament, es el América que el realizador danés Lars Von Trier retrata a su última película, Dogville. Dogville, como cualquiera de los títulos anteriores del provocador realizador danés, no es una película ni cómoda, ni sencilla. Con una irónica referencia literaria a Mark Twain y organizada como una novela -con un prólogo y nuevo capítulos conduits por un narrador omnisciente-, Dogville pretende profundizar en los rincones más oscuros de la sociedad nordamericana: la hipocresía, la ignorancia, la violencia. Y lo hace de manera casi abstracto, desnudando la escena de elementos gratuitos, en una nueva maniobra que, como el movimiento Dogma'95 que Von Trier impulsó, también invita a reflexionar sobre las propias estructuras y trampas cinematográficas, las maneras de relatar. La ausencia de escenarios reales, de paredes a las casas, deja simbólicamente a cuerpo descubierto los hipócritas y crueles habitantes del “pueblo de perros” al que llega una misteriosa fugitiva, interpretada por una espléndida Nicole Kidman a la que Von Trier trata con su misoginia habitual. Pero más allá de este detalle, Dogville muestra como la ignorancia y el miedo incitan a juzgar a los que son diferentes y como estos mismos sentimientos primàris desenvoquen en una espiral de venganza, corrupción y violencia. Elementos que, según la mirada de un europeo como Von Trier, definen las raíces más profundas de la sociedad nordmericana.

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