Hace un par de sábados, mientras paseaba capficat por cuestiones que no venden al caso, fui a parar, sin darme cuenta, al conjunto modernista del antiguo Matadero. Ojalá el azar me hubiera traído hacia otra banda porque me habría ahorrado un buen disgusto: el atentado estético y compositivo que el anterior gobierno de Mataró ha perpetrado en una de las joyas arquitectónicas de nuestra ciudad. Si Melcior de Palau levantara la cabeza quedaría esparverat al ver como, sin ningún miramiento, se ha adulterado barroerament su obra. Poco debía de pensar que la indiferencia de unos y la chulería otros acabarían para desollar el conjunto que había proyectado para la matanza del ganado. Qué ironía!
Ya sé que algunos me diréis que el fin justifica los medios, y no seréyo quienes niegue el acierto de construir una nueva biblioteca municipal en este recinto; pero una vez más hemos olvidado el principio (tanto presente, por otro lado, en todo Europa) de que una buena restauración/rehabilitación prácticamente no se tiene que notar. Nunca he entendido porque, para poner un ejemplo, una residencia medieval del siglo XVI como el Hôtel de Sin, en París, puede acoger, sin ningún tipo de problema, una biblioteca consagrada a las bellas artes, las artes decorativas y la artesanía (200.000 libros, 2.500 publicaciones periódicas, 23.000 carteles, 1.110.000 tarjetas postals, 28.000 catálogos comerciales, 50.000 diapositivas y exposiciones temporales) sin construir volúmenes adicionales, y en cambio en casa nuestra, en este caso al Matadero (sólo, 9.000 documentos) siempre es imprescindible añadir en el edificio cuerpos extraños, habitualmente de vidrio o de hormigón, que echan a perder el estilo original. Por qué esta obsesión por desgraciar la impronta del escaso talento arquitectónico que nos queda? Supongo que la tentación de asemejarse a las "vedettes" de la arquitectura mundial debe de hacer difícil de evitar que el ego quiera dejar huella.
Este verano he estado a Montpelhièr, Occitania, una de las ciudades más prósperas y dinámicas de Francia. Qué contraste, si la comparamos con la nuestra: a un lado, la belleza de la ciudad histórica (un sector salvaguardado de 97 hectáreas) maravillosamente conservada; a la otra, la ciudad contemporánea, ejemplo de buen gusto, armonía y elegancia. Qué envidia! Una junto a la otra sin mezclarse. Qué tenemos, en cambio, nosotros? Los escombros y los atentados visuales cometidos durante el franquismo y los que el oficialisme progresista ha cometido y ha permitido de acá la restauración de la democracia.
Qué tenemos que hacer con los chichones y el pastitx arquitectónico que nos han dejado unos y otros? Derrocarlos! Decía en un artículo el escritor y profesor universitario Ferran Sáez refiriéndose a los horribles bloques de pisos que el arquitecto Oriol Bohigas construyó en la Meridiana. Ojalá que algún día también llegamos a planteárnoslo. Mientras, continuaré mirando hacia Francia (en 2009había 102 ciudades históricas salvaguardadas) Allá, el patrimonio arquitectónico no es un juguete a merced del egocentrismo.
Malaguanyada ciudad mía!
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