El pasado domingo al atardecer, el patio de la escuela de Cereza estaba pleno a rebosar, gracias al trabajo inmenso e impagable de los hombres y mujeres de la Comisión de Fiestas del barrio. Tres mil personas asistían al concierto del mítico grupo de Los Chichos, mientras algunos centenares más se quedaron fuera del recinto, escuchando y viendo el que podían. No se puede decir que se desbordaran todas las previsiones, porque ya se sabía que el acontecimiento sería un éxito absoluto, pero este éxito creo que sirve como ejemplo del que significa en Mataró (y a tantas otras ciudades de la Cataluña metropolitana) el orgullo de barrio. Porque ser de barrio es precisamente esto, un orgullo para los quevivíamos y todavíavivimos, para los que pasamos la niñez en los descampados y campos que ya no existen, en las calles que ahora son llenos de coches, de casa en casa de los amigos y primos, jugando a cualquier cosa que se nos acudiera, entonces que nohabía tablets ni teléfonos móviles. Entonces queteníamos bastante con picar al interfon y decir simplemente: "¿te bajas un rato?". Porque uno siempre es del barrio donde creció, por mucho que se traslade al casarse o emanciparse.
Foto: Radio La Voz Cerdanyola
Domingo pensé en la cantidad a veces que había pisado aquel patio, entonces de arena, durante los nuevo años que pasé en aquella escuela, en aquellos tiempo denominada "Colegio Público Jaime Recoder", en la mítica etapa de la EGB. Y no era difícil recordar aquella época porque mientras centenares de personas cantábamos plegadas las canciones de Los Chichos, me estaba tomando una cerveza con algunos amigos con los que compartí escuela allá por los años ochenta y principios de los noventa, día detrás día, y con quienes nos hicimos un harto de jugar en aquellos largos veranos, a pesar de que algunos se los pasaban al "pueblo", a centenares de kilómetros de distancia. Ay, los nuestros (también) estimados pueblos de Andalucía, Extremadura, Murcia, Castilla...! Sólo hay que pasear por las calles de Cereza, Cerdanyola (Pueblo Seco), La Llàntia, Vista Alegre o Molinos, para citar sólo cinco de nuestros barrios, y fijarnos en las construcciones que surgieron de la nada allá por los años sesenta, cuando nuestros abuelos y padres llegaron huyendo de la pobreza, dejando atrás sus lugares de origen pero manteniendo siempre intacto el orgullo de ser andaluz, extremeño, castellano o murciano. Un orgullo que se mezcló después con el de ser catalán, mataroní, de barrio. Siempre de origen humilde, porque a aquellos miles de personas que construyeron Mataró y Cataluña nunca nadie los regaló nada. Nunca nadie los dio "" trabajo, porque el trabajo se la ganaban día detrás día, trabajando. Todavía hoy, cuando hablas con los vecinos más veteranos, escuchas acentos diversos que los hijos y nietos hemos heredado orgullosamente, mezclados ahora con los de los vecinos latinos o africanos, que también, ay las! vinieron a nuestra ciudad y en nuestro país buscando un futuro mejor. Aquello tan antiguo y tan vigente de las clases sociales, serecuerdan?
Porque ser de barrio quiere decir haber crecido o vivir en determinadas zonas de la ciudad, pero también, y principalmente, compartir una historia vital y familiar común con el vecino, con el amigo, con el compañero de escalera. Una historia de dificultades acontecidas en orgullo por todo el que se ha conseguido a través del trabajo, mediante el trabajo, que hoy en muchos casos vuelve a estar en riesgo. Que le pregunten a todos aquellos héroes (y heroínas) anónimos que llegaron a nuestros barrios y construyeron sus casas con sus propias manos a lo largo de años, que se mataban a trabajar de lunes a sábado en las fábricas de la burguesía mataronina y sacaban fuerzas de no se sabe dónde para levantar su humilde vivienda, gracias a la solidaridad del vecino, del familiar, del compañero. "Mis manos, mí capital". Mi barrio, Cereza, no es más que uno de estos centenares de barrios obreros, varios y plurales que existen en todo el mundo. Simplemente esto. Como el resto de barrios de Cataluña, de España, del mundo. Porque no somos más que una pequeña gota de agua en un océano inmenso.
Domingo recordaba las cassettes de Los Chichos que todo el mundo tenía en casa suya y a la guantera del coche y que habíamos escuchado miles de veces, también en aquellos viajes interminables en aquellos vehículos sin aire acondicionado ni dirección asistida. Se me puso la piel de gallina cuando escuchaba centenares de personas (de todas las edades) al patio de mi escuela cantando las canciones el pasado domingo. Contentas de ver que Los Chichos habían venido a nuestro barrio. Unas canciones y un grupo musical que, no lo olvidamos, triunfaron a finales de los setenta y principios de los ochenta porque cantaban aquello que vivía y experimentaba la gente de los barrios: dificultades, droga, violencia... Dificultades que continúan existiendo en nuestros barrios y que alguien tendría que cantar. Mi barrio no fue una excepción: todo el mundo tiene un familiar o un vecino de escalera que vio segada su vida por una sobredosis de heroína. Ya no hablamos otros problemas como el paro.
Para acabar, no me puedo estar de afirmar con rotundidad que no se puede ser de barrio y no saberte de memoria las canciones de Los Chichos. Al menos en mi barrio, mi estimado barrio de Cereza de Mataró. Ni más ni menos.
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