Hoy que los privilegios e indemnizaciones millonarias a los banqueros son motivo de indignación general y protestas a la calle, se hace más necesaria que nunca una película como 'El capital', de Costa Gavras, que relata con pelos y señales lo cómo y lo porque de la situación actual de los bancos y, por extensión, de la crisis económica. Una crisis que no es más que una declaración de guerra mundial encubierta, con un campo de batalla donde los despidos y los recortes han sustituido los tiros y los bombardeos, y donde los especuladores encuentran la oportunidad de enriquecerse más y más a expensas de las mismas víctimas de siempre.
A sus ochenta años y una filmografía poco acomodada, Costa-Gavras continúa denunciando injusticias y desequilibrios sociales, con la lucidez que le da la edad y la ira de un joven indignado. Este nervio es respira en 'El capital', una película que define por su nombre el papel de los banqueros hoy al mundo: perversos Roben Hoods, que roban a los pobres para dar más a los ricos, en un juego de intereses que se irá alargando hasta que todo ello explote. Costa-Gavras es muy claro en su advertencia, pero la deja si se puede todavía más clara poniéndola directamente en boca de su protagonista –sensacional Gad Elmaleh y sus interpelaciones mirando directamente a cámara-, uno taladra ambicioso sin escrúpulos que, digno alumno de la escuela Corleone, pasará de ser un hombre de paja al grande capo de la banca, con más dinero al bolsillo, está claro.
El film, con atmósfera y ritmo de thriller político, es una terrorífica metáfora del mundo actual que nos avisa del negro futuro que nos espera si permitimos que bancos, gobiernos y ciudadanos continúe en manso de un único dios y señor, el capital. Queda dedo.
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