Francesc Masriera

El premio Puig y Cadafalch

A veces recibimos correos electrónicos que querríamos no recibir. Esto es el que pensé mientras leía, en el Boletín informativo del Ayuntamiento de Mataró, que el edificio comercial de la Bajada de las Espenyes (conocido popularmente como el bunker) es el ganador, ex aequo con la rehabilitación de la Nave de Can Minguell, de la duodécima edición del Premio Puig y Cadafalch.

No hace falta que os diga que la noticía me dejó astorat. Conozco, sobradament, la propensión a la megalomanía de la arquitectura predominante en nuestro país, pero, aún así, no me lo podía creer. Mi primera reacción fue mirar de conocer quién eran los profesionales que habían formado parte del jurado (quizás así me habría sido más fácil entender la decisión) pero, desgraciadamente, ni el web del Ayuntamiento ni el del Colegio de Arquitectos de Cataluñahacían mención. Intuyo, viendo el resultado, que todos debían de ser, más o menos, de la misma escuela.

Más allá de la calidad arquitectónica que pueda tener, me parece un desprecio a mi condición de ciudadano que el gobierno anterior construyera un edificio como este a tocar del tramo más importante de muralla del siglo XVI que los mataronins y las mataronines podemos contemplar. A mis ojos, su forma, su dimensión y los materiales utilizados suponen una violenta agresión a la muralla (Bien Cultural de Interés Nacional) a su entorno y a nuestra historia. Me entristece ver como la vanidad arquitectónica maltrata la fisionomía de nuestra ciudad histórica.

Por otro lado, me parece una presa de por el a la inteligencia que, en la ficha del proyecto que ha colgada en el web del Premio, se quiera justificar el atentado visual argumentando que había que dar al edificio una imagen abstracta para separarla conceptualmente de la imagen figurativa de la muralla. Quesaben algunos de hacer juegos de manso con las palabras.

Sé que en esto, como en otras cosas, nado contracorriente. Pero, a pesar de ser consciente, no quiero renunciar a la sensibilidad de mi mirada. A menudo me llamo a mí mismo que no paga la pena capficar-se ; que Mataró, en cuanto a la preservación del centro histórico, es una ciudad perdida; que ya hace muchos años que el franquismo, primero, y la especulación urbanística, después, lo desfiguraron; que... Al final, me consuelo pensando que durante las vacaciones o en alguna escapada de fin de semana podré disfrutar del encanto y la armonía que mi ciudad me niega.

Desde que lo vi elevarse, insolente, por encima de la muralla, no me puedo sacar de la cabeza una idea: construir un edificio como este, en medio de nuestra ciudad histórica, es propio de nuevos ricos y un símbolo de nuestra voracidad constructora. Un monumento a la burbuja económica.

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