El Cruce de Culturas atravesó ayer domingo día 2 el océano Atlántico y pasó de la música magrebí de Idir y Khaled al sueño del Septeto Nacional de Cuba en una velada celebrada al Teatro Monumental, el escenario de los conciertos repuestos del festival, en presencia de casi cuatrocientas cincuenta personas. En esta ocasión nohabía autóctonos del país en cuestión pero si muchos mataronins seducidos por la mística y el recuerdo de la isla.
Con sólo diez minutos de rendirás comparecieron ante el público los miembros de la banda, que se presentó como un grupo cien por ciento cubano, como "el café, el ron y las mulatas" -dijeron dejando claro su autenticidad- y con una llarguíssima trayectoria arriba de los escenarios. Habillats con la indumentaria típica de los músicos de la isla -americana y sombrero a juego-, los músicos de la banda fundada por Ignacio Piñeiro -hombre clave de la música sueño- se tiraron desde el primer momento a hacer posible en la mente de los oyentes este viaje imaginario hasta la "finca privada" de Fidel Castro cómo si tocaran al Tropicana o cualquiera otro local de culto de la capital cubana. De fondo del escenario una luz verde sugería palmeras o simplemente la verdor de la isla y a manos de los músicos -blancos, mulatos y negros, como el país, pasando la trigésima- contrabajo, guitarras, percusión, maracas, trompeta y palos cubanos. Los mataronins entraron enseguida en el juego, riendo y aplaudiendo cuando hacía falta. E incluso se atrevieron a convertir los pasillos de la platea en una improvisada pista de baile animados por un "latino" de la banda.
A medida que avanzaba el concierto, aliñado por el buen humor de los músicos- fueron variando los colores del fondo del escenario pero van siempre vivos, como el amor que una ciudad como Mataró profesa en la isla caribenya, destino de una cantidad nada despreciable de hijos suyos. Esto quedó claro con el entusiasmo del público mataroní, que incluso sacó espontáneamente una bandera cubana cuando el Septeto Nacional de Cuba interpretó El manisero.
El concierto, que se alargó durante dos horas, llegó a un punto álgido cuando van los músicos invitaron a subir al escenario a dos antiguos integrantes de la banda que habían asistido al concierto como espectadores, y que regalaron una marxosa jam session a la que el público respondió levantándose de las sillas y convirtiendo el Monumental en una gran sala de baile.
En resumen: canciones melangioses, melodías festivas y ritmos sincopats por una mágica noche de verano al Monumental que sumó un punto más a este Cruce que amenaza de convertirse en una cita obligada en el panorama de festivales de verano catalán.

La banda al completo arriba del escenario.
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