Tiempo atrás, el escritor Antoni Puigverd escribió un fantástico artículo en La Vanguardia en el que se preguntaba porque vivimos en una sociedad en que sólo progresan la lletgesa y el mal gusto. Después de varias reflexiones al respeto, acababa el artículo haciéndose varias preguntas: "Por qué el mal gusto se multiplica en nuestras ciudades? (...) Por qué la lletgesa está de moda, precisamente ahora que el arte más bello está al alcance de todos?". Tal como ya comenté en un anterior escrito, no tengo respuestas para sus preguntas, pero desde entonces no he dejado de pensar con regularidad y, sortosament, he llegado a la conclusión que todavía hay muchos lugares a los que puedes escaparte para huir del omnipresència de la lletgesa y mal gusto.
Supongo que por eso me llamó mucho la atención un artículo del Sr. José Enrique Ruiz-Domènec que, no hace mucho, tuve la suerte de leer en el suplemento de cultura del mismo diario. Leyéndolo, me enteré que Friedrich Nietzsche -de quien no he leído nunca nada, todavía- escribió que "sólo como fenómeno estético se justifican eternamente la existencia y el mundo". En el artículo, Ruiz-Domènec, medievalista e historiador cultural, reflexiona sobre la fascinación que la belleza de la Provenza despierta en todas aquellas personas que tienen la suerte de poder recorrer -sin prisas- sus campos, sus villas, sus ciudades: "el viaje convertido en paseo es la mejor manera de limitar el actual abuso de encontrar en los paisajes de la memoria un pasatiempo artístico". Ya lo decía también Cioran cuando escribió Sobre Francia, allá por los años 40: "el gusto, el buen gusto, según el cual el mundo -para existir- tiene que gustar, estar muy hecho, consolidarse estéticamente, tener límites, ser un encantamiento de aquello que es aprehensible, un dulce floriment de la finitud". Ojalá que la salida del callejón sin salida que plantea el Sr. Puigverd en sus preguntas pudiéramos encontrarla en la reflexión que hacía Jean Clair –a pregunta de un periodista- sobre la banalidad, el mal gusto y la lletgesa que caracterizan al mal llamado arte contemporáneo: "hay que recuperar un canon estético que nos devuelva a la armonía clásica".
Después de dar muchas vueltas, decido esbargir-me un rato y salgo a pasear por Mataró en busca de la armonía estética que, desgraciadamente, mi mirada sólo encuentra en cuentagotas. Reponiendo en uno de los pocos lugares de nuestra ciudad en que el entorno te reconforta el alma -la terraza del café de la Plaza de Santa Maria-, observo detenidamente a dos personas que admiran la Basílica y me pregunto -dado que tienen peine de turistas- si Mataró justificará las expectativas que, desde un punto de vista estético,habían depositado antes de emprender el viaje. Mirándolas, me venden a la cabeza el Périgord, la Toscana, la Provenza, el valle del Loira y tantas viejas ciudades europeas que me fascinan. Se hace tarde y lo dejo correr, es hora de volver hacia casa. Antes, pero, me paro al Robafaves para comprar una buena guía del lugar que -deseo- estas vacaciones justificará plenamente, como fenómeno estético, mi viaje.
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