La inesperada muerte de Michael Jackson ha convertido en un documento de excepcional interés las grabaciones para consumo interno de los ensayos por el espectáculo que tenía que suponer el regreso del rey del pop a los escenarios. El realizador del espectáculo, Kenny Ortega, se ha transformado en director de este documental que es, al mismo tiempo, un regalo por los fans, un homenaje póstumo y una pequeña revelación íntima sobre Michael Jackson artista y persona. El conjunto desprende cierta magia, sobre todo en los primeros minutos, cuando a la imagen de Michael Jackson demacrado y cansado de las secuencias iniciales se sobrepone la de una auténtica bestia del espectáculo, la única razón de la existencia del cual sólo se explica arriba de un escenario. Y arriba del escenario, Michael Jackson es un artista de pies a cabeza, con las ideas claras y un control absoluto de su obra, seguro de conocer las razones la finalidad- de su trabajo: ofrecer un gran espectáculo que haga feliz a la gente. El espectáculo, del que se intuye su grandiosidad gracias a la recuperación de algunos del audiovisuales y otros efectos previstos, tenía que recuperar a los grandes temas de su discografía así como sus coreografías más celebradas. Vistas a través de los diferentes ensayos, estas coreografías muestran un Michael Jackson en plena forma a sus cincuenta años. Y a pesar de no entregarse al cien por ciento en muchas canciones prácticamente ni canta-, en todas las grabaciones se percibe su talento innato y la naturaleza de aquel que trae el espectáculo a la sangre. El documental también confronta el carácter reservado y humilde del cantante ante la admiración idòlatra de la gente que lo rodeaba, y deja entrever a pesar de que no entra en ningún aspecto negativo del personaje- la soledad que debía de marcar su vida.
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