Woody Allen ha recuperado con su última película 'Medianoche en París' a muchos de los adeptos que había ido perdiendo los últimos años con las más que discutibles obras que ha firmado fuera de su estimada Nueva York (incluida su quiebra aventura catalana). De alguna manera, 'Medianoche en París' enlaza con la fascinación por la ciudad que ha sido un tema recurrente desde los tiempos de la mitificadora 'Manhattan'. El prólogo musical que abre su último film remite directamente a la famosa secuencia inicial de 'Manhattan', y como allá, la ciudad se convierte en un personaje más, casi central y con personalidad propia. El protagonista aquí tiene el rostro de Owen Wilson pero todos los tics característicos de Woody Allen en permanente crisis sentimental, medio paranoic y ligeramente antisocial, crítico con los burgueses adinerados y con los "pseudointel·lectuals" contra los que siempre ha cargado. El protagonista, un guionista con ínfules de escritor, huye de una realidad ingrata y una crisis creativa y se refugia en la magia evocadora de las calles de París, los mismos que también transportan a los miles de visitantes que buscan en la ciudad de la luz rastros de sus épocas pasadas de gran esplendor: los felices años 20, cuando París hervía con los artistas de vanguardia, o la Belle Epoque que retrató Tolousse Lautrec. Gracias a la magia que sólo es posible en el cine, Allen hace revivir Hemingway, Picasso, Dalí, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, Man Ray o Buñuel entre muchos otros, en un ejercicio a medio camino entre la parodia y la admiración del cual sesale con bastante gracia y arrancando un sonreír cómplice del espectador.
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